4/4/10

«Vio y creyó»

Meditación con motivo del Domingo de Pascua
Ciclo /C/

Textos:
Hechos 10,34.37-43
Colosenses 3,1-4
San Juan 20,1-9

Hoy la Iglesia celebra con alegría el fundamento de su fe, celebra con grande gozo el acontecimiento de la resurrección. Es el gran acontecimiento que marca los corazones de todos los hombres, pues es la alegre noticia de que la muerte ha sido vencida, la muerte ya no es la última palabra en la historia. Aquellos que creen que por medio de la violencia, del terror, de la amenaza pueden guiar la historia, aquellos que creen que no hay otra salida sino la violencia, la humillación, la destrucción para salir adelante, el día de hoy surge una propuesta novedosa, el día de hoy se anuncia que ellos, se equivocan puesto que hay una fuerza que los desenmascara, la fuerza de la vida, y una vida en plenitud, la vida en la resurrección.
Esta resurrección no se limita simplemente al revivir de un cadáver, sino que es algo más profundo, es un nuevo estilo de vida, donde el dolor, la angustia la muerte ya no tienen razón de ser, ya no hay esclavitud, ya no hay amenaza que se cierna sobre ellos, hoy la vida ha triunfado, hay una nueva vida donde el amor es posible, y ya no se puede detener. Hay una fuerza que anuncia que el mal no tiene la última palabra a pesar de que es fuerte y amenaza, pues hay una fuerza que anuncia el fin del mal, y que sus efectos son pasajeros, puyes hay una vida en donde el mal y la muerte ya no pueden hacer estragos: La fuerza de la resurrección.
Este es fundamento de nuestra fe, sin embargo al hablar de resurrección, al hablar del triunfo de la vida, de triunfo del amor, de la derrota de la muerte, podrían surgirnos muchas dudas, podrían surgirnos un sinfín de incertidumbres, puesto que estamos rodeados de muerte, de ataques terroristas, narcotráfico, guerras, violencia, maldad; y ante todo eso podríamos dudar y decir ‘¿Qué mal se ha vencido, si el panorama mundial es de incertidumbre y terror?’, pero es que esta fuerza de la resurrección es posible, sólo que el hombre en su libertad no la deja crecer, no la deja actuar, más aún nosotros mismos, no lo creemos, no creemos que seamos capaces de vencer nuestro mal, de vencer nuestra envidia, de vencer la destrucción que provocamos. Y precisamente no lo creemos porque la situación es tan negra, tan oscura en estos y tiempos que nos defrauda, nos atemoriza, por lo tanto creemos que la fuerza de la resurrección no es posible.
Sin embargo es cierto, es un verdad irrefutable, pero ¿Cómo podemos hacerla realidad?, qué podemos hacer para que la fe crezca en nuestro corazón, qué debemos hacer para que la fe no se tambalee y efectivamente la resurrección sea desde hoy una realidad en nuestra vida. Finalmente la pregunta sería ¿Cómo podemos alimentar nuestra fe para seguir adelante? Parece ser que la liturgia del día de hoy nos coloca esta realidad, y da el instrumento para suscitar esa fe que hoy día puede estar tan endeble y apagada.
El texto del evangelio en primer lugar nos presenta en María Magdalena a la humanidad que ha `perdido la esperanza y que llora la muerte de Jesús, par ella, todo está dicho en la muerte, para ella la muerte ha ganado. Por esa razón va al sepulcro, va a rendir un póstumo al cadáver de Jesús, no espera más. Sin embargo en su camino se topa con una sorpresa el sepulcro está abierto. Ante esta noticia corre, a anunciarlo, cree que se lo robaron. Como respuesta salen corriendo el discípulo amado, y Pedro. Y una vez que entran dice el evangelista de manera magistral: «…entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó
Estas últimas palabras parecen dar la pista para encontrar sentido a nuestra fe: “vio y creyó”. El evangelista habla de este discípulo que tiene fe, pero antes de tener fe dice que vio. Por lo tanto su fe no surgió espontáneamente, sino que es consecuencia de ver, es consecuencia de la observación minuciosa de las cosas. De ahí sale la fe. La fe no es sólo decir que yo creo y ya, sino que la fe sale del ver. No se refiere a ver a Dios, porque el discípulo amado no vio a Dios en ese momento, sino que observo la situación, meditó lo que veía y surgió la fe.
Pero el primer paso es el ver, el estar atento a las cosas. La fe no surge nada más porque si, o porque me dijeron, si no que surge del ver, de la visión, de una mirada atenta, minuciosa, contemplativa. La primera lectura parece profundizar en esto. San Pedro está en medio de un discurso y habla de la experiencia de la fe, de manera implícita nos dice cómo es que surge la fe: «Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo… El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron… Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara…» Pedro habla de las razones de la fe, y curiosamente no hable de grandes cosas, sino de lo que el pueblo vio, vio su predicación, vio sus obras, vio su muerte. Por lo tanto la fe no surge de cosas ajenas a nosotros, la fe surge de la experiencia de lo que hemos visto. Sólo que el pueblo lo vio superficialmente, no profundizo, y por lo tanto no puede profundizar en su experiencia de fe.
La fe surge de lo que los apóstoles vieron, de lo que ellos vivieron, no de cosas fuera de ellos, parte de su propia experiencia personal., El problema es que a veces nosotros no vemos,, no somos capaces de descubrir todo lo que Dios nos da.
La fe necesita de nuestros ojos, necesita de nuestra visión, necesita de nuestra capacidad de contemplación, de reflexión. Si observamos bien nuestra vida descubriremos aun en lo más terrible el actuar de Dios. Podemos descubrir cómo ha cambiado nuestro carácter para quien, como hemos sido ya más pacientes; podemos contemplar como la vida se vuelve un regalo. Contemplar la maravilla de un niño que nace, la maravilla del funcionamiento de nuestro cuerpo, lo extraordinario y armonioso que hay en la naturaleza. Eso es contemplar y podemos descubrir ahí a Dios. Podemos ver como hay grandes sentimientos en nosotros que a veces no vemos, que veces pasan desapercibidos, pero que en realidad son virtudes en nosotros. Ver a los amigos, a la familia, ver que podemos ser mejores, que valoramos la amistad y tantas cosas. O cuando somos capaces de dar la vida por otro, cuando depositamos la amistad o la confianza en otra persona, cuando damos el perdón a alguien a pesar de que nos ha fallado. Eso es una fuerza que va más allá de la filantropía humana, es la huella del creador, es huella de que la resurrección y el triunfo de amor son posibles.
Hoy celebramos la resurrección, pero es necesario no ver sólo lo negativo de la vida, sino ver lo positivo, lo que anima, lo que renueve, lo que transforma, hay que ver esto, pues lo negativo, las tinieblas de la historia se pueden vencer cuando la fe crece, cuando creemos y somos capaces de anunciar y vivir de una manera nueva el amor. Eso es la Pascua, eso es la resurrección, una fe que constantemente crece, por nuestra observación, por neutras contemplación, que nos ayuda y nos da lo necesario para ser mejores y ser testigos del resucitado, anunciando y transformando las estructuras, pues nuestra fe es visible y patente en medio de nosotros. Que veamos y comencemos a creer. Que el Señor resucitado nos abra los ojos y contemplemos la fuerza de Dios, la fuerza de la resurrección, pero sobre todo que al contemplarla, nos fortalece y nos anime a renovar nuestra vida y nuestro mundo.

FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN!!!!

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