28/11/10

«Vistámonos con la armadura de la luz...»

Meditación con motivo del I Domingo de Adviento
Ciclo /A/


Textos:
Isaías 2,1-5
Romanos 13,11-14
San Mateo 24,37-44

El día de hoy comenzamos un nuevo tiempo litúrgico, el tiempo del adviento, una expresión latina que quiere decir “venida”. Es el tiempo litúrgico que nos prepara para la venida del Señor, desde una doble dimensión. Por un lado, se habla de la venida escatológica, es decir, nos recuerda y nos invita a preparamos para la segunda venida de Jesús. La segunda dimensión, nos indica que nos preparamos para conmemorar la primera venida de Jesús que se celebra en el misterio de la Navidad. Al mismo tiempo con este domingo la Iglesia celebra el inicio de un nuevo año litúrgico.
Ya desde este primer Domingo las lecturas parecen indicar cuál es el camino espiritual que el creyente debe de tener a lo largo de este tiempo litúrgico, para preparase al encuentro del Señor. Las lecturas nos presentan dos categorías fundamentales, dos ideas que nos hacen entender el camino del adviento, pero son dos ideas que se entrelazan una con otra.
La primera de ellas a claramente expresada en el texto del evangelio de san Mateo -evangelista que será nuestro guía a lo largo de este ciclo litúrgico que comienza-, una expresión que ciertamente encierra el sentido del adviento: «Velen y estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.» La actitud de la vigilancia, es lo que pide Jesús. Y esta actitud es fundamental pues Jesús lo marca como una orden, no es una mera recomendación, no les dice “a ver si pueden velar”, “espero que tengan un rato y velen”. No es así, sino que es exigente, les dice “¡Velen!”, marcando una orden, pues la vida cristiana no se entiende sin esta dimensión de velar. Y precisamente el tiempo del adviento es un tiempo que nos recuerda que se debe de velar, por si lo olvidamos, por si nos hemos llenado de muchas actividades, el tiempo del adviento es un tiempo que me recuerda que debo de velar.
Este velar, significa estar atento a la intervención de Dios, ser capaz de descubrir, de vislumbrar el sentido de la historia haciendo una lectura desde Dios, descubrir como Dios camina entre nosotros, cómo Dios se va manifestando aún cuando el mundo dice que no existe y que no tienen nada que ver con al problemática actual del hombre. Dios está presente, sin embargo, muchas veces no somos capaces de verlo y entenderlo porque no estamos vigilantes.
Esta imagen del velar está estrechamente unida con la segunda imagen del día de hoy que los textos de la primera y segunda lectura nos presentan: La Luz. Ciertamente están estrechados porque estar vigilantes nos recuerda una actitud de estar atentos, pero sobre todo, estar atentos en la noche, un vigía, un vigilante que en la noche está atento para descubrir que sucede. De esta manera el tema de la vigilancia se relaciona con el tema de la noche, por ende de la luz, puesto que el vigilante debe tener su lámpara encendida para poder vigilar, de lo contario sería engullido por las tinieblas.
De este modo la luz es importante en las lecturas y una imagen que parece en las lecturas, mostrando dos elementos fundamentales para permanecer con esa luz encendida en nuestras vidas, y así andar vigilantes en la historia.
Podemos ver que tener la luz encendida y por lo tanto, mantener una actitud de vigilancia. La segunda lectura nos presenta una pauta para esta vigilancia: «La noche está muy avanzada y se acerca el día. Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz.» San pablo nos presenta una realidad latente: la noche está avanzada, y al hablar de la noche se refiere a la tiniebla, a todas aquellas situaciones y actitudes de la vida que nos cierran a Dios, que nos cierran a su presencia amorosa. Si la noche avanza quiere decir que todo aquello que nos cierra al amor, que nos cierra a la misericordia. San pablo pone alerta a la comunidad cristiana: La noche está avanzada, es densa, la tiniebla los cubre. Cuántos de nosotros somos cubiertos por esa tiniebla de indiferencia ante el sufrimiento de los demás, cuántos somos sumergidos en la tiniebla del odio, y del rencor; o bien por la noche de la desolación y la frustración. La noche se hace cercana, la noche está presente en nuestras vidas, cuando el hombre titubea, cuando el hombre se siete solo, cuando el hombre se siente ignorado, la noche se acerca, el pecado, la maldad inunda su corazón, y por ende no es capaz de vigilar, no es capaz de ver a Dios, sino que se cierra en sí mismo y todo acaba.
Por ello san Pablo invita al creyente a abandonar esas obras, a descubrir que esos nos llenan el corazón y nos envenena. Y el remedio es vestirse de las obras de la luz, y curiosamente utiliza el verbo “vestirse”, de tal manera que esto nos lleva a la imagen del vestido, de las ropas. Y en el mundo bíblico la ropa tiene una connotación muy importante, pues ponerse un vestido, implica que uno se identifica con esa vestimenta. El vestido refleja la identidad de la persona, por ello, decirles “vistamos la armadura de la luz”, quiere decir que somos invitados a tener una nueva identidad, una identidad entendida desde la luz.
Cuando se habla de la luz, nos está hablando de una realidad que da sentido a la historia, pues la luz nos indica precisamente la capacidad de observar las cosas, de delimitarlas, de darles un contenido. La luz se convierte en un símbolo de la vida, de la claridad, que al contrario de la tiniebla sumerge en la muerte, y en lo bizarro, pues no da la oportunidad de conocer las cosas, de ver mi vida, de ver a los demás, de descubrir que puedo hacer por el otro, ni de ver como Dios está presente en mi vida, ni descubrir lo valioso que soy en la historia. Las tinieblas aprisionan, las tinieblas nos encierran, no nos dejan ver, no descubrimos la vida, no vemos nutra vida, no nos vemos a nosotros mismos, ni vemos los límites. Las tinieblas no permiten que nuestra vida se diferente, sino que nos encapsulamos en la cerrazón de una oscuridad sin fin que no da sentido a la vida, ni la felicidad.
Vestirse de la luz, quiere decir tener una nueva identidad desde la perspectiva de la luz. Ahora la identidad del creyente se entiende desde la luz. Cierto que la noche es cercana, que la noche amenaza con ahogarnos, pero también es cierto que podemos vestirnos de una identidad de luz, una luz que nos haga capaces de ver las cosas buenas de la vida y no encerrarnos en cosas malas y destructivas, una mentalidad que nos haga capaces de ver el valor de las amistades, y no centrarnos solamente en la traición del otro. Revestirse de la luz implica, ver a Dios, que está cerca de nosotros, está en el don de la vida, está en la felicidad que tenemos, está en las pequeñas cosas que a veces pasan desapercibidas pero que finalmente dan el verdadero sentido a la vida, llenándonos de satisfacción, llenándonos de luz.
Este revestirse de la luz, tener una identidad desde el ánimo, siendo capaz de ver a Dios y no encerrarse en la tiniebla, es la luz que nos permite estar atentos a la intervención de Dios en la historia y por lo tanto, nos hace capaces de estar vigilantes. Finalmente este ropaje, dice el texto es una armadura, nos pide vestirnos de esa armadura de luz, por lo tanto la Luz da sentido a nuetras vidas, y la da para protegernos de las adversidades, puesto que ese es el sentido y función de una armadura, el no permitir el embate de los enemigos, en este caso de las tinieblas.
Ser vigilante, es vestirse de la luz, una luz que nos da una identidad nueva, una identidad capaz de transformar nuestra vida, y que nos saca de la tiniebla, dándonos la oportunidad de descubrir quiénes somos y quién es Dios en nuestra vida, viendo como Dios está cerca de nosotros y actúa, desde las cosas pequeñas, pero que llenan de sentido nuestra vida. Las tinieblas llegan tarde que temprano con cualquier situación desesperada, pero si nos revestimos con la luz, podemos estar vigilantes y ver como aún en medio de la noche, aún medio de la dificultad Dios se hace presente, y no desfallecer, y caminar desde l está dinámica de salvación, haciendo posible lo que decía la primera lectura al final: «¡Ven, casa de Jacob, y caminemos a la luz del Señor!» Que este tiempo de adviento que hoy comienza nos haga caminar por el camino de la luz, en una sintonía de vigilancia, pues así vernos al Señor que viene, al Señor que esta navidad quiere entrar en nuestros corazones.

21/11/10

El Reino de Jesús

Meditación con motivo de la Solemnidad de Cristo Rey
Ciclo /C/

Textos:
2Samuel 5,1-3
Colosenses 1,12-20
San Lucas 23,35-43

Vivimos en un mundo en donde los medios de comunicación dirigen su mirada hacia los poderosos de este mundo, vemos a los diversos gobernantes y representantes del mundo reunidos en diversos escenarios y foros mundiales, donde supuestamente están reunidos para dirigir y planear de la mejor manera el gobierno de los diversos países en ámbito global. Del mismo modo cada país centra su mirada sobre los diferentes gobernadores, sobre lo que hacen y opinan, para tratar de entender el rumbo que recorre el país. Y eso nos muestra el poder, la centralidad que tienen esos personajes a nivel mundial, independientemente de lo que hagan o dejen de hacer, finalmente están al centro porque gobierna, dirigen y están al mando de una nación. Independientemente de lo eficaces o pusilánimes que sean, son los signos de poder y autoridad del momento.
Y ante esa visón que los medios nos presenta de esos personajes contrasta radicalmente con la fiesta que hoy la Iglesia celebra: Cristo rey del universo. Un titulo que afirma la realeza de Jesús y una realeza universal. Sin embargo una realeza totalmente contratante, con lo que podemos ver en los medios, pues hoy vemos a Cristo rey pendido de una cruz, vemos A Jesús como un fracasado, en medio de su agonía, en medio de su dolor. No lo vemos asistiendo a grandes reuniones universales como el G-7, o dando grandes discursos a la ciudadanía, o rindiendo extraordinarios discursos sobres sus logros y obras que se han ido realizando a lo largo de su gobierno o inaugurando alguna obra pública, siendo aplaudidos por los asistentes. ¡No! Lo vemos sangrando desnudo en una cruz, rodeado de de una multitud que lo vitupera, un Cristo que está a punto de expirar.
Hoy celebramos a Cristo Rey, pero es un rey que contradice todo lo que los reyes, o bien, los gobernantes y presidentes son hoy en día. Y es que Cristo es rey, pero no como lo hacen los poderosos de hoy en día, su reinado no es de obras públicas, de combates contra el crimen organizado, de pistas de hielo, de grandes cumbres mundiales para hablar de ecología o demás temas, es e no es el camino de la realeza de Cristo. Así como los gobiernos se entienden desde estas perspectivas, la realeza de Jesús se entiende desde el episodio del evangelio de hoy: La cruz.
No es un reinado de construcciones, o de imagen, de lucha política, es un Reinado de entrega, de amor, de salvación. Al contrario de los demás gobiernos que buscan obras externas para ser reconocidos y por lo tanto, para demostrar su trabajo; Jesús muestra su reinado desde otras categorías, muestra su reinado desde criterios y situaciones que no son visibles del todo, que no se pueden poner por escrito en un informe de gobierno, que no entra en las estadísticas de las obras estatales, que no son visibles a los ojos de los demás, sino que son experiencias personales y percibidos por unos cuantos, ya sea para bien o para mal.
Y precisamente porque no es visible, y sus efectos no son de un alcance pleno, parece ir a contracorriente de los logros materiales del mundo, del poder adquisitivo a costa de los demás, y ello provoca irritación de parte de los poderosos, puesto que a nadie le gusta ni le conviene un reino donde se anuncie la paz y la liberación a los hombres, donde el amor, el perdón y la reconciliación es el camino a seguir, suena repulsivo, puesto que el mundo busca aparecer, busca ser el mejor, estar encima de los demás, aparentar ser el mejor entre todos, aún si se pisa a alguien, si se le denigra, si se le ignora, lo importante es estar arriba. Jesús no es así, Jesús no busca humillar, busca dignificar y traer una experiencia de amor. No bastan las obras materiales para decir que trabaja por el bien de los demás pero que en el fondo oculta intereses financieros y de explotación, de nada sirven discursos elaborados con un listado de logros, si son palabrería barata que no manifiesta el alcance de de la obra, sino la fama del que lo pronuncia.
El reinado de Cristo no es como el de los poderosos de este mundo, pues es mucho más sutil, y transforma la vida del hombre, renovándola interiormente. Sin embargo cuando el hombre no es capaz de reconocer esto puede ver en Cristo un fracasado, puede ver en él a un perdedor, un utópico, un soñador, pero no es capaz de ver el verdadero proyecto que trae. Porque si espera el bienestar político, espera grandes obras públicas y discursos sin fin, se quedará sentado, pues eso sólo son cosas externas que no necesariamente transforma el hombre.
Esa cerrazón la podemos vivir nosotros y decir “Cristo no está aquí, pues no hay mejoría en nada, no hay soluciones”, y creer que Cristo es el que trae un reinado netamente materiales indo que viene a renovar el corazón de los hombres. Pero ciertamente el hombre es así se cierra a esto, busca lo inmediato lo visible, lo que puede tocar y dominar, tal y como los jefes religiosos de aquella época, los soldados e incluso uno de los ladrones, que sólo esperan poderes materiales, visibles, llamativos, pero no de renovaciones interiores, sólo se limitan a decir: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!» En el fondo buscan un poder pasajero, que se baje de la cruz, que se vea un portento físico, visible, material. Son hombres que no han entendido el reinado de Dios.
Sin embargo hay un hombre que parece captar en medio del suplicio el sentido del reinado de Jesús: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino.» Este ladrón es capaz de descubrir que el reinado de Jesús no está en lo portentosos, ni está en lo meramente llamativo, sino que está en otro sentido. Ha logrado entender que si este hombre estando en la agonía ha pedido perdón por sus verdugos, ha estado en silencio, no ha l, y en medio de su dolor y agonía hay cierta paz, significa que en él hay algo nuevo, algo distinto, que no se reduce a lo meramente material, hay algo espiritual, que los otros no han logrado ver, pero que está en él, y sabe que ese hombre es rey, y es portador de un reinado mucho más superior que los materiales, que tienen la capacidad de dar un sentido y paz en la vida como nadie lo puede lograr. Inmediatamente le dice que le deje estar en su Reino, pues en medio de su suplicio este ladrón reconoce que hay un reinado nuevo y él quiere forma parte.
De esta manera vemos que el Reinado de Dios no es como el del mundo, sino que va hacia el interior del hombre, y todo aquel que celebre esta fiesta debe abrir su espíritu a esta gracia que el Señor le da, dejando que lo renueve y viva la experiencia del amor, no para esperar meros benéficos materiales, sino la renovación interior, la paz que hace al hombre nuevo y totalmente transformado.

13/11/10

«No quedará piedra sobre piedra»

Meditación con motivo del XXXIII Domingo Ordinario
Ciclo /C/


Textos:
Malaquías 3,19-20
Tesalonicenses 3,7-12
San Lucas 21,5-19

Muchas veces el hombre va colocando su seguridad, sus ideales, su supervivencia y seguridad en una serie de cosas materiales o ideológicas, que parecen estar a la vanguardia, o bien que permiten una mejor subsistencia en los diversos estratos de la vida. Sin embargo a veces esas seguridades son meramente superficiales, son meramente montaneas, pero no están bien cimentadas. Cuántos gobiernos ponen sus cientos en supuestas reformas modernas, en donde sólo buscan ganarse adeptos para su partido, pero que finalmente no tienen un buen cimiento desde la humanidad, la caridad y el verdadero desarrollo de la sociedad, sino meros intereses partidistas, sin considerara a largo del tiempo, las consecuencias que eso puede causar. Así se promulgan leyes que el argumento de que se va creciendo en la ciudad, que vamos siendo más civilizados, que vamos siendo más modernizados, pero ¿A cuál modernidad se refieren? Así, una ley pro-aborto, hasta qué punto puede ser modernidad, ¿Es modernidad el asesinato? ¿Es civilización la irresponsabilidad? Finalmente son leyes que se fundan sobre principios endebles.
Pero, esto se da también en diversos ambientes de la vida personal, cuantas veces apostamos nuestra felicidad y tranquilidad a partir de principios meramente superfluos, creemos que nuestra seguridad está simplemente en una ropa de moda, en algún tipo de poder que podemos adquirir en ese momento, en una amistad determinada, o en un prestigio que nos esforzamos obtener con nuestra imagen, o incluso en un tipo de sentimiento meramente pasajero o destructivo. Pero si lo analizamos bien, al final no queda absolutamente nada de esas construcciones que hemos ido realizando a lo largo de nuestra vida, pues en algún momento ese poder que tanto ostentamos se termina, no existe más, o bien esa moda o prestigio que hemos tenido, se acaba y no puedo presumirla más, o incluso ese sentimiento que he ido gestando y hasta incluso he ido poniendo en él mi vida un día termina o bien termina por destruirme a mí mismo.
En el fondo a veces vamos generando situaciones de destrucción, vamos generando mecanismos de una especie de auto seguridad y autosuficiencia, que al final no son consistentes en sí mismos, que son efímeros y terminan por acabarse.
Sobre esto nos habla el evangelio del día de hoy, en donde san Lucas nos presenta el inicio del denominado discurso escatológico de Jesús, este discurso que abarca el capítulo 21. Un discurso en donde podemos ver reflejado las penalidades, la perplejidad y la esperanza que confluyen en la vida cristiana. Este discurso se abre ante una situación: «Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas.» El discurso parte de una realidad, la gente que se queda admirada por el templo, ciertamente, el templo en una cosa majestuosa en la época de Jesús, sin embargo esto da pie para que Jesús reflexione, no sobre el arte, sino sobre las apariencias, y como el hombre mucha veces se queda sólo contemplando lo externo y se comienza a afianzar en lo meramente terrenal, olvidando otras cosas. Se puede quedar en la majestuosidad del templo, en lo hermoso de sus decorados, pero no descubrir que la experiencia d efe se limita a esos decorados, a esas construcciones bellas y extraordinarias, sino que van más allá, pero si lo hacen desde esa expectativa material, es porque no son capaces de ver más allá de esto, quedándose en la superficie, en lo material.
Por ello Jesús lanza una fuerte advertencia: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra.» Palabras fuertes que remiten a una idea: Lo material es perecedero, no se puede sustentar la realidad sólo en esto. Ciertamente se podría ver aquí un acto profético, pues en el año 70 el templo será destruido, sin embargo Jesús va más allá de una mera profecía, Jesús trata de hacer entender que lo material nos resiste, que no tiene cimentos firmes, sino que son endebles, frágiles.
En el fono la gente se queda viendo sólo el exterior del templo, como si eso fuese garante de la vida de fe, como si eso garantizara que se puede seguir adelante. Pero Jesús les marca que las cosas no son así, ese templo se caerá, se desplomará. Porque es algo meramente material, no es algo sólido. Muchas veces nosotros nos quedamos asombrados por cosas meramente materiales, nos asombramos de cierta ropa que está de moda, de cierta música, de cierto comportamiento o influencia que tenemos con otros, pero no nos percatamos de algo más, no nos damos cuenta que esa moda se acaba, que el mando que podemos tener con la gente se nos termina, que somos finitos.
Y esa finitud se ve reflejada por las diversas situaciones que la humanidad vive: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes.» Estos signos que Jesús remite, no son del fin del mundo, sino son signos de la finitud del hombre, pues todo lo material está condicionado a desplomarse a acabarse. Estos signos no indican el final del mundo, sino que nos indica el final de lo terreno, de los diversos cimientos que el hombre va colocando a lo largo de la historia. Jesús nos dice que eso tiene que suceder, manifestando que no debe de haber temor, eso es parte de la vida, de las frágiles estructuras, lo impórtate es descubrir los cimentos que valen la pena. No es para temer, sino para ver en donde estamos parados y sobre que estamos construyendo, sin dejarnos engañar por falsas ideologías o falsos líderes.
Por tanto, no queda piedra sobre piedra de todo lo que construimos, pues finalmente nos quedamos en lo material, en lo pasajero, lo meramente contingente. La moda se desploma, mi poder se acaba, todo sistema ideológico caduca en un momento determinado, nuestra misma vida se acaba.
Con esta idea Jesús trata de invitarnos a descubrir en que ponemos nuestros cimentos, y a partir de esto ver hasta qué punto somos sólidos en nuestra vida. De manera que empecemos a poner cimentos desde lo que realmente perdura y no se acaba, tener nuestros cimentos en el amor, en el respeto, en la justicia, en la autentica amistad, en la fidelidad. Esto es una invitación a descubrir cuáles son los cimentos que perduran, que dan un verdadero sentido a nuestra vida, a nuestra sociedad.
Desde luego que estos cimentos no son bien aceptados por la sociedad, pues los cimentos que el mundo propone son otros: la envidia, el poder, lo superficial, y ante ello desde luego que uno se ve fuertemente confrontado, por ello Jesús lo advierte: «Los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.» Esas persecuciones son un fruto de los verdaderos cimientos. Cuando el hombre le apuesta a la honestidad, a la justicia, a la honradez, al amor, al perdón, desde luego que viene la persecución, pues se suscita la crítica, se suscita el desacuerdo, pues no son principios que agraden, pues generan armonía, unión, fraternidad, y sobre todo perdurabilidad, ante eso se suscita la persecución.
Con este discurso Jesús no trata de incitar al miedo, sino a despertar en nosotros un ánimo a ir construyendo nuestras vidas sobre cimientos auténticos, sobre cimentos que realmente nos haga personas de fe, cimentándonos en cosas que valen la pena. No dejar que el odio, la superficialidad, el poder, la moda, sean los cimentos de nuestra vida, sino que la vayamos cimentando en el amor, la misericordia, la paciencia, que van dando sentido a nuestro caminar. Una cimentación un tanto ambiciosa y compleja, que implica en varios ambientes la incomprensión y la persecución, pero finalmente, una cimentación que da razón a nuestra fe.

2/11/10

«Cuando lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo.»

Meditación con motivo de la conmemoración de los fieles difuntos

Textos:
Sabiduría 3,1-9
Romanos 6,3-9
San Mateo 25,31-46

Hoy la liturgia nos invita a contemplar el misterio de los fieles difuntos, pero cuál es el sentido de esta celebración. Creo que podríamos tener tres elementos a la reflexión con respecto esta festividad.
En primer lugar la oración por los difuntos, hoy somos invitados a hacer oración por todos aquellos que ha fallecido para que entren en la dinámica del amor de Dios, a su presencia. Todos nosotros somos invitados a esta realidad: orar por esos hermano nuestros para que entren a la presencia de Dios.
En segundo lugar es el momento propicio para recordar que todos estamos llamados a la muerte, de una u otra manera todos en algún momento habremos de morir. Podemos tener sueños de eternidad, de que nunca nos alcanzara esa realidad, o creer que somos invencibles y tenernos, pero no es así, este día os hace reconocer nuestra finitud, somos finitos, tendemos a ser frágiles, y esta festividad nos lo recuerda, y así como muchos han fallecidos, en algún momento eso nos sucederá nosotros.
Esto nos lleva a una tercera consideración: ¿Cómo nos preparamos para ese encuentro con la muerte y por lo tanto el encuentro definitivo con Dios? El texto del evangelio nos lo marca claramente estamos llamados a una vida en la caridad. La mejor manera de encontrarnos con Jesús es viviendo la caridad y siendo capaces de descubrir la presencia de Jesús en nuestros hermanos: «Cuando lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo
Quiere decir que el encuentro con Dios no se vale de parámetros pietistas, no es que Dios nos juzgue por las misas que asistimos, o por la cantidad de oraciones que hagamos; no porque eso no sea importante, sino porque el nivel de oración, de la Eucaristía celebrada, se mide en relación a la vivencia de la caridad con los hermanos. La auténtica espiritualidad está precisamente en función de mi vida y testimonio con el hermano. La verdadera oración me lleva a ser mejor con mi hermano, me lleva a descubrir en él la presencia de Jesús. La celebración de la eucaristía, la escucha de la Palabra, la comunión, no se basa sólo en saber cosas o en decir amén de frente a la forma consagrada (pan eucarístico), sino que se mide en la medida en la que esa Palabra me interpela para ser mejor de frente al hermano, así como la Eucaristía me da la fortaleza para dar testimonio fehaciente delante del hermano pequeño que requiere mi ayuda, haciendo con mi testimonio con el otro un signo del auténtico vinculo y comunión que tengo con Jesús.
Celebrar a los fieles difuntos, es recordar nuestra realidad, estamos llamados a morir, y no una muerte vacía y sin sentido, pues como dice la segunda lectura, estos llamados a vivir una vida nueva en Cristo resucitado, iniciada por nuestro bautismo: «Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.» Pero esta vida debe de prepararse a vivir desde ahora en sintonía de caridad con el hermano. De manera que hoy si bien somos invitados a orar por nuestros hermanos difuntos, también somos invitados a meditar sobre nuestra vida y ver hasta qué punto he vivido la caridad con los demás, puyes son ellos el parámetro para encontrarme con Jesús y por ende el camino para una vida eterna unida a él.

1/11/10

Santidad: Tensión entre la vida cristiana y la derrota del mal

Meditación con motivo de la solemnidad de todos los Santos

Textos:
Apocalipsis 7,2-4.9-14
1ª San Juan 3,1-3
San Mateo 5,1-12

El día de hoy celebramos la solemnidad de todos los santos, un día en donde la Iglesia nos invita a elevar nuestra mirada y descubrir dos cosas: En primer lugar nuestra patria definitiva, contemplar a todos los santos implica contemplar un estado de vida definitiva, una vida íntimamente unida a Dios, y que estas personas están en Dios, están en su presencia y que ahí en donde ellos se encuentran estamos llamados todos a compartir. En segundo nuestra vocación en la vida, a contemplar una vocación a la cual estamos llamados a estar con Dios quiere decir que debemos comenzar a vivir desde ahora esta vida de santidad, no es que seamos santos cuando lleguemos con Dios, sino que esa santidad debe de empezar a vivirse desde ahora, para que en Dios sea plena.
Si estamos llamados a la santidad y esa santidad debe vivirse desde ahora, podemos corroborar en nuestra vida, nuestro mundo, nuestra sociedad que está muy lejos de esa situación. Al contemplar las destrucciones, las guerras, las ansias de poder que conllevan una destrucción; cuando vemos nuestra vida tan llena de mentiras, de rencores, de venganzas, de violencia, podríamos decir ¿Dónde está esa santidad? Incluso ¿Yo puedo ser santo?
¿A caso será posible la Santidad? Ciertamente parece imposible vivir esta experiencia de santidad, sin embargo muchos santos a lo largo de la historia lo han logrado, se han esforzado por vivir esa dimensión de santidad, lo cual implica que es posible. Sin embargo esta vocación a las santidad implica reconocer que el mal existe en nuestra historia y la santidad precisamente consiste en ir venciendo ese mal a fuerza de bien, comenzando con nuestra propia vida, y es aquí donde parecen resonar unas palabras de san Pablo: «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.» (Romanos 8,19)
Esto nos lleva sin lugar a dudas a considerar que nuestro llamado a la santidad exige un esfuerzo por combatir el mal, causando una tensión entre esa tendencia hacia Dios, hacia esa santidad; y por el otro lado considerar que vivimos inmersos en la maldad, en una tendencia hacia el mal. Quiere decir que, la santidad es un reto, un camino hacia el cal debemos de caminar, hacia el cual debemos de dirigirnos para encontrar la presencia de Dios.
La santidad por tanto es un llamado, que implica vencer esa tendencia hacia la maldad. ¿Pero cómo será posible esto? Ciertamente es difícil pues san Pablo lo marca “hago el mal que no quiero.” Pero el primer paso para iniciar este proceso de santidad lo dice Pablo al reconocer que hace el mal que no quiere, por lo tanto ser santo, vivir desde la dinámica de Dios, implica reconocer ese mal, el problema sucede cuando nosotros no nos damos cuenta de que hacemos el mal, de que dañamos a otros o nos dañamos a nosotros mismos. Es imposible caminar hacia la santidad si no somos capaces de descubrir ese mal que hacemos y daña a otros. Muchas veces vamos haciendo cosas que a primera vista parecen normales, parece como si no estuviese mal, porque todos lo hacen o bien porque tenemos adormentada nuestra conciencia, de modo que no percibimos el mal que hacemos, o lo excusamos porque creemos que es normal. Ser santo implica descubrir el camino de Dios y el camino que debemos vencer, descubrir el mal que hay en nuestra vida. Si no identificamos esto muy difícilmente vamos a iniciar un camino hacia la santidad, es decir, un camino hacia Dios.
En segundo lugar el mismo San Pablo lo dice “El mal que no quiere”, manifestando que se da cuenta de su mal, y es un mal que no quiere hacerlo. Esto es importante porque a veces nos damos cuenta que lo que hacemos es malo, pero nos gusta hacerlo, nos deleitamos en hacerlo, en planearlo, por lo tanto nos damos cuenta del mal, y buscamos hacerlo, o incluso hasta pedir permiso, para que nos sintamos un con cobijo de protección ante el mal que hago. Sabemos que la venganza es mala, y buscamos hacerla; sabemos que la infidelidad no es correcta y la planeamos y seguimos delante con ello; sabemos que la injusticia es destructiva y disfrutamos haciéndola. No es posible un camino de santidad si nos deleitamos en el mal.
Con esto se causa una tensión entre nuestro camino hacia la santidad y el mal que debemos de vencer. Y lo primero que debemos hacer es justamente vencer el mal, vencer aquello que nos aqueja y daña los demás, y que nos daña a nosotros mismos. Y después de darnos cuenta de nuestro mal, de descubrir que no debemos dañar a nadie, entonces tomamos el impulso para seguirá delante en ese camino de santidad, que finalmente no la hacemos nosotros, sino que es Dios quien interviene y nos ayuda a caminar por ese camino, es Dios que nos fortalece para caminar junto con él para alcanzar, pues finalmente sin Dios ese camino sería absurdo, sería un terrible e infatigable camino lleno de zozobra y irresoluto, pues ería un camino de mero esfuerzo humano, y no es así, pues la santidad es un camino que se hace tomado de la mano de Dios, y es Dios que con su gracia nos fortalece para andar en ese camino.
Lo único que debemos hacer es precisamente descubrir que el mal que hacemos y después evitarlo, es decir no querer hacerlo y poner todo lo que tenemos a nuestro alcance para vencerlo. Cierto, es Dios que nos ayuda, pero somos humanos, y nos toparemos una y otra vez con ese mal que nos daña y nos hace tropezar, lo importante es nunca dejarnos amedrentar por ese mal, no ser conformistas, descubrirlo y tratar de evadirlo, pues eso es parte de nuestro esfuerzo, lo demás, la gracia para vencerlo, la gracia para caminar en la santidad es un don de Dios. A nosotros nos toca examinar nuestra vida y ver que no debemos hacer el mal, esforzarnos por vencerlo, Dios nos dará la fuerza para que efectivamente lo vayamos venciendo, al inicio es difícil, es complejo, es arduo, pero si seguimos firmes, si seguimos detectando ese mal que nos aqueja, y vamos delimitándolo y dejamos que Dios actúe efectivamente podremos vencerlo día a día, haciéndolo cada vez más pequeño.
Eso es la santidad y a esto nos invita esta fiesta a descubrir nuestra vocación, descubrir que podemos vencer el mal con la gracia de Dios, y que a través de este pequeño camino llegaremos siempre acercarnos más a y más a Dios, viendo la de experiencia santidad en nuestra historia.