3/1/11

Hacerse historia

Meditación con motivo del domingo II después de Navidad

Textos:
Eclesiástico 24,1-4.12-16
Efesios 1,3-6.15-18
San Juan 1,1-18

El tiempo de Navidad nos invita a céntranos en un misterio que es fundamental: La palabra de Dios que se ha hecho carne por nosotros. Este es uno de los misterios fundamentales para la fe cristiana. Pero finalmente cómo repercute eso en nuestra vida. Si bien la encarnación nos da la salvación, lo celebramos anualmente, pero en el fondo parece una idea totalmente alejada, totalmente distante a nuestra realidad. La pregunta que hoy se eleva sería ¿Cómo hacer presente ese acontecimiento hoy?
Justo en este segundo domingo del tiempo de la Navidad parece darnos una pista, y para ello en primer lugar nos invita a reconocer que es esa Palabra, con el fin de descubrir como ese misterio de la navidad es un misterio totalmente cercano, y que el fondo repercute en nuestra vida y nos compromete dentro de la vivencia de la fe, no siendo sólo algo meramente distante o abstracto en la vida.
La primera lectura aborda el tema hablándonos de la identidad de la Palabra, que en el fondo es la Sabiduría de Dios, y es esa Sabiduría, esa Palabra que está en contacto con la historia. En primer lugar se presenta a sí misma como participe desde los orígenes y manifiesta su acción en la historia: «He servido ante él en la tienda santa y así fue que establecí en Sión, y así me he establecido en Sión; él me hizo reposar asimismo en la Ciudad predilecta, y en Jerusalén se ejerce mi autoridad.» Se nos muestra que esta Sabiduría-Palabra, no es solitaria, np vive en la soledad, sino que está en medio del pueblo, lo acompaña, lo va guiando día a día y momento a momento. La Sabiduría-Palabra va haciendo historia, se mete en la historia del Pueblo, lo va acompañando, lo va guiando en todo momento. De esta manera adoptemos comprender que la Palabra es aquella que hace historia porque está dentro de la historia del pueblo. Nadie puede decir que esta Palabra sea extraña o ajena a la realidad del Pueblo, pues va caminado con él y le habla desde sus circunstancias, va iluminando desde su situación histórica.
Y por qué lo va acompañando, el mismo texto lo dice utilizando una bella imagen plástica: «Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia.» Es una Palabra que igual que una planta (del cuál irá utilizando este simbolismo) va echando raíces en el pueblo. Echar raíces implica que se está estableciendo, echar raíces implica que ahí vive. Si esta Sabiduría-Palabra echa raíces en el pueblo, quiere decir que, su razón de vida es el pueblo; así como una planta vive gracias a sus raíces pues a través de ellas puede alimentase y vivir, esta Palabra echa raíces en el pueblo, quiere decir que ahí está, que está presente en el pueblo y que vive del Pueblo, su razón de ser es estar en medio de ellos, acompañándolos, guiándolos. Esto de entrada es ya una novedad, pues la Sabiduría echo raíces en el pueblo, vive por el Pueblo, el pueblo es importante para ella, vive por él, su razón de ser de vida es el pueblo. Esto se convierte así en una figura del amor de Dios, pues es tan importante el hombre, que es su razón de ser. La Sabiduría-Palabra no es que viva absorta en su ser, regodeándose en sí misma, sino que vive para amar, para acompañar a su pueblo.
De esta manera el texto de Eclesiástico ya nos coloca delante de una realidad fundamental, la Sabiduría-Palabra, es aquella que hace historia, no vive al margen de la realidad, y se mete en la historia, porque el hombre es necesario para ella, le ama y no se pude entender si el pueblo, en él están sus raíces. Es una Sabiduría-Palabra que hace historia.
El texto del evangelio, el llamado prólogo de san Juan, que es un himno primitivo que canta precisamente la identidad de esta Palabra y que seguramente está a la base de la composición de este himno del evangelio de Juan, nos muestra la misma idea que el Eclesiástico, sólo que no sólo nos dice que sea una Palabra que haga historia, sino que es historia, se mete en la historia, no sólo acompañándolo, no sólo guiándolo, sino haciéndose uno con la historia. La Palabra se hace carne, entre a formar parte de la misma historia. Ahora no sólo acompaña al pueblo, como se marcaba en la primera lectura, sino que ahora se hace parte del pueblo.
La navidad nos invita a ver que si bien la Sabiduría-Palabra acompañaba al pueblo, haciéndose parte de su historia, ahora en la plenitud de los tiempos, esta Sabiduría-Palabra, no sólo hace historia con el pueblo acompañándolo, sino que entra en la historia, y es parte del pueblo. Esta es la gran novedad, Dios que se hace hombre, que vive como hombre, que siente como hombre. Dios es hombre, verdadero Dios, pero verdadero hombre. Si bien ha echado raíces en el pueblo porque son la razón de su vida, ahora, da un giro más importante, él mismo se hace uno con el pueblo, quiere vivir lo del pueblo, para entenderlos, para ayudarlos, para salvarlos, levándolos así a la plenitud de la vida.
Navidad se convierte así en la expresión máxima del amor de Dios por su pueblo y por la humanidad al hacerse uno de ellos y desde ellos ver cuál es el camino que los lleve a esa plenitud que con él se ha iniciado.
Pero esto, no se queda simplemente ahí, no sólo es el Dios que ha hecho historia acompañando al pueblo, o que se hace historia entrando en ella, sino que ahora, por el misterio de la navidad, podemos hacernos historia en él, es decir, no basta que Dios entre en nuestra historia, sino que nosotros podemos entrar en su historia tal y como lo dice el texto del evangelio: «A todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.» Ahora todos nosotros podemos entrar en la historia de Dios, porque formamos parte de su familia, ahora somos hijos de Dios. Y este es la misión del creyente, esta es la consecuencia de celebrar la navidad: Ser hijos. Esto no es un mero título, un mero privilegio, sino una misión de cara al mundo.
Ser hijo implica un comportamiento que comienza con la aceptación de la Palabra en nuestra vida. Aceptar el proyecto del Reino, el proyecto del amor. No es posible celebrar la navidad si no recordamos nuestra identidad y misión de ser hijos de Dios llamados a vivir desde los parámetros del Padre, sin esto la navidad es sólo la grotesca caricatura de lo comercial y lo mercantil, pero nada que ver con el verdadero sentido de la navidad en la vida del creyente. Hoy más que nunca se necesita vivir en esta dinámica de la filiación. Sentirnos hijos y vivir como hijos de Dios. Ese el fruto de navidad, y que el mismo san Pablo recalca en la segunda lectura: «El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido.» Nuestra vida se entiende desde la dinámica de ser hijos de Dios, sólo desde esta dinámica podemos realmente celebrar la navidad, y celebrar nuestra identidad como cristianos: Ser Hijos de Dios.

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