22/10/11

«Amarás al Señor, tu Dios...»

Meditación con motivo del XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo /A/

Textos:
Éxodo 22,20-26
1Tesalonicenses 1,5-10
San Mateo 22,34-40


La vida de la fe implica sobre todo saber distinguir los parámetros meramente humanos y los parámetros de Dios, y ello implica tener una vida totalmente receptiva a lo que Dios propone. Por ello, a lo largo de la historia las culturas tratan de descubrir el camino que los lleva a la experiencia de Dios. Sin embargo a veces con el fin de encontrar el camino para llegar a esos criterios se van construyendo caminos que ¡sean de ayuda para encontrar a Dios, pero a veces esos caminos son tan complejos que el hombre no se encuentra con Dios. A veces hay tantas estructuras e instancias que lejos de permitir el acceso a Dios impiden el entrar en contacto con él. Sobre esta realidad parce centrarse el evangelio de hoy.
Vemos como el doctor de la ley se le acerca a Jesús a preguntarle sobre el mandamiento más importante. A primera vista podríamos decir que eso es un absurdo, pues todos los mandamientos son importantes, sin embargo en aquellos tiempos era una cosa compleja pues las reflexiones de los fariseos y doctores de la Ley había hecho sumamente compleja le experiencia d la Ley colocando muchos mandatos. En aquel tiempo eran 613 preceptos, lo que se requiere el israelita piadoso para observar la Ley. A partir de los diez mandatos entregados a Moisés, las autoridades religiosas habían llegado a este complejo grupo de leyes. Y estas a su vez se dividían en dos grupos, había 365 que eran prohibiciones, una para cada día del año; y las restantes (es decir, 248) eran preceptos positivos, uno para cada hueso del cuerpo humano, de acuerdo con la era del conocimiento. Desde luego que esto tenía complicaciones pues el pueblo no era capaz de recordar todos los mandamientos y las sutiles distinciones de la casuística moral que ciertos mandamientos, a fin de que los fariseos y doctores de la ley considera que los pecadores sin esperanza perdida. Podemos decir que estos mandatos se convierten en caminos que a veces hacían hacer al hombre cuidarse más de no romperlos que encontrarse realmente con Dios.
Por esta razón se discutía sobre el precepto principal. Jesús deja de lado toda aquellas reflexiones de los doctores y responde a la pregunta recurriendo a la Escritura: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente», manifestando de ese modo que lo más importante lo dice Dios y está encerrado en la experiencia del amor.
La experiencia del amor es lo fundamental, vivir desde ese dinamismo de amor hacia Dios lleva por tanto a esa experiencia de paz. Con esto Jesús da por descontado todos los preceptos que los fariseos ha ido construyendo, mostrando que la paz y el sentido de la propia historia de fe no se logra a partir de estructuras que se han ido consolidando por estructuras meramente humanas, no son sus 613 mandatos, no son ese listado inútil de preceptos lo que da forma a todo. Lo que da sentido a la vida del hombre, es Dios y su Palabra, y a partir de la experiencia del amor lo que coloca y da sentido a todo lo que se hace.
Por ello, el hombre debe reconocer que la cantidad de elementos que se construyen al rededor no pueden ser realmente sólidas si no están cimentadas en la experiencia del amor, y en un amor que me lleve a reconocer la grandeza de Dios.
El hombre es invitado a mar a Dios, y amarlo con toda su realidad, pues el mismo texto no limita simplemente a decir que se ame a Dios, sino que coloca las diversas dimensiones a partir de las cuales se debe amara Dios. Hay que amarlo con el corazón, el alma y la mente. Eso quiere decir que Jesús deja bien claro que el amor de Dios se da partir de ciertos elementos, no es una amor en lo abstracto, no es un amor en lo sentimental es un amor que conlleva una vida, es un camino de toda la vida. No es para unos momentos, no basta con una plegaria, no es de una misa, es toda una transformación de la propia historia.
Amar a Dios implica diversas dimensiones de la vida, y sólo a partir de ahí se pude demostrar el amor hacia Dios. Hay que demostrar el amor desde el corazón. Y el corazón nos remite al lugar de los grandes pensamientos, por tanto amar a Dios implica reconocer que Dios forma parte de mis pensamientos importantes, pero si Dios está al, margen, sólo me acuerdo de él de momentos, sólo cuando voy a misa, o cuando hay alguna emergencia, implica que no es un gran pensamiento, por tanto Dios es algo meramente marginal y por ende no existe ese amor.
En segundo lugar marca que hay que amarlo con toda el alma, y esto quiere decir que hay que amarlo con toda la vida, con toda nuestra realidad, en toda circunstancia, sea bueno que malo, ser capaz de descubrir que Dios está presente tanto en las buenas como en las malas. Amar a Dios siempre, en toda nuestra vida, pero si lo amo sólo cuando me va bien, sólo cuando me conviene, implica que Dios es un asteroide que flota sin sentido en la vida, y sólo algunas veces logra un pequeño contacto con nosotros.
Finalmente hay que amarlo con y toda la mente, y esta expresión en griego se refiere a estar en medio del entendimiento, a la actividad cognoscitiva, racional, indica la capacidad para entender las cosas. Amar a Dios con la mente es la capacidad de tener presente a Dios en cada momento y saber distinguir su acción en mi vida, se r capaz de entender las cosas como él, entiende las cosas desde el evangelio, desde el amor, desde el perdón, y dejar de lado todo tipo de criterio racional del mundo. Amar a Dios con la mente implica ser capaz de tenerlo como parámetro para entender la realidad, y la historia, para saber como actuar o como responder.
Por tanto Jesús deja en claro cuál es el camino para encontrarse con Dios, un camino que se define a través del amor a Dios y ello conllevará al amor al Prójimo donde se reflejara totalmente esa experiencia de amor que se le tiene a Dios. Pidamos en este domingo que nos de la capacidad de encontrarnos siempre con Dios, a partir de este criterio de amor y lo reflejemos hacia los demás, como signo de ese amor que empezamos a vivir desde la dinámica de Dios.

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