1/11/09

Ser felices; distintivo de la santidad

Meditación con motivo de la solemnidad de todos los Santos

Textos:
Apocalipsis 7,2-4.9-14
1ª San Juan 3,1-3
San Mateo 5,1-12

Hoy la Iglesia celebra la grande fiesta de todos los Santos, una fiesta que data sus orígenes hacia el siglo IV, en donde la iglesia de Siria consagraba un día a festejar a "Todos los mártires"; y que posteriormente tres siglos más tarde, el Papa Bonifacio IV transformó un templo romano dedicado a todos los dioses, llamado pantheón, en un templo cristiano dedicándolo a "Todos los Santos". Esta fiesta se celebraba inicialmente el 13 de mayo; fue el Papa Gregorio III quien la cambió al 1° de noviembre, que era el día de la "Dedicación" de la Capilla de Todos los Santos en la Basílica de San Pedro en Roma. Y Finalmente en el siglo IX el Papa Gregorio IV ordenó que la fiesta de "Todos los Santos" se celebrara universalmente.
El sentido de esta celebración es una invitación a descubrir que la santidad es una misión a la cual todos estamos llamados personalmente. Pero la disyuntiva es precisamente ¿Cómo ser Santos? ¿Qué se necesita para vivir auténticamente esa santidad de vida? Porque en realidad esa meta parece profundamente distante para el hombre. Esto se debe precisamente a que el hombre ha considerado a la santidad como una categoría que escapa a su vida cotidiana, es una categoría que está fuera de su realidad. Cuando se habla de santidad muchas veces el hombre piensa en héroes titánicos, inalcanzables en la vida para poder hacerlos punto de referencia. De este modo, la santidad queda relegada a una mera expresión de ideal inalcanzable, se sabe que existe, pero que nadie lo puede alcanzar. De hecho hay cantidad de expresiones que hacen de la santidad algo totalmente ajeno y alejado de la vida cotidiana. Por ejemplo se dice que no podemos ser santos, que nosotros nos portamos mal, que no hacemos lo que debemos, que nunca se podría ser santo, a lo más ser medio buenos, pero como somos malos la santidad queda totalmente distanciada y ajena a la historia del hombre.
Sin embargo la santidad es algo a lo que todos estamos llamados para empezar porque le pertenecemos a Dios, y en segundo lugar porque al llegar a su presencia seremos todos santos, por tanto la santidad no es algo accesorio en la vida, la santidad es parte de nuestro ser, es parte de nuestra misión en medio de la historia. No es sólo para algunos elegidos, sino que se trata fundamentalmente de una misión para todos los hombres.
La cuestionante entonces es ¿Cómo ser santos? Primeramente hay que entender que cosa NO es la santidad. La santidad no consiste en una perfección meramente abstracta en donde nadie comete errores, ni se porta mal. Eso es algo muy alejado de la naturaleza del hombre. En primer lugar porque todos cometemos errores y e segundo lugar porque todos estamos marcados por el pecado, por tanto una persona en santidad no es aquella que no comete pecado, sino que poco a poco va venciendo su pecado, pero no por vello deja de hacerlo, pues siempre es consciente de su fragilidad aunque a los ojos de los demás sean casi imperceptibles, pero aún ahí siguen luchando por vencer e mal, puesto que si dijera algún santo “ya soy muy bueno, todo lo que hago es el bien” entonces sería soberbio, pero no santo. La santidad conlleva la autoconciencia de la fragilidad y de su lucha constante por vencerla. En otras palabras la santidad no la ve la persona en sí misma, sino que son los demás los que la notan.
Por tanto, ser santos no consiste en una vida inalcanzable, sino comenzar a vivir desde otras categorías. Es permitir que el evangelio vaya encarnándose cada día, venciendo cada día algo que es malo en nosotros y nos hace daño y hace daño a los demás. Cuando el hombre se propone dejar su coraje, trata de perdonar, ya no es tan voluble, día su pereza poco a poco, implica que ahí hay una persona que se está esforzando día a día por ser santo. No quiere decir que lo deje de un día para otro, sino que constantemente entre caídas y levantadas va logrando hacer realidad una vida nueva, una vida con Dios y sus hermanos efectivamente estamos hablando de una persona que lucha para la santidad, y que incluso en ese esfuerzo, está alcanzado la santidad.
La santidad no consiste por tanto en coas sobre naturales, sino en tomar en serio nuestra vida, en tomar con autenticidad nuestros actos y llevarlos a cabal cumplimiento. Cuando un padre de familia hace las cosas bien, ayuda en su casa, ve a sus hijos, trabaja, les enseña a hacer el bien, es un papá que camina en la santidad, y si aunado a esto se esfuerza por vencer sus vicios, su carácter, es una persona que sigue en ese proceso. Un estudiante que tarta de llevar bien sus estudios a pesar de la dificultad que conllevan, se esfuerza, trata de estar bien en su casa, haciendo lo que le corresponde, implica que dese su juventud es una persona que busca camina en la santidad.
Pero, este camino de santidad esa búsqueda por vencer el mal, por tomar en serio nuestra vida va acompañada de una actitud espiritual muy importante, que es precisamente la felicidad. Por esta razón en esta solemnidad el evangelio que se nos ha proclamado es el de la felicidad, pues este es el rasgo fundamental de la vida de santidad: ser feliz.
La felicidad es algo importante porque no consiste simplemente en reírnos, la felicidad no son cosas meramente externas, sino una actitud en la vida con las cosas. Creo que es importante que entendamos ahora en que consiste la verdadera felicidad según el evangelio de Cristo.
Comencemos diciendo que la palabra alegría viene del griego se dice makários, con lo cual se hace referencia a un estado eufórico, estado de dicha como atributo permanente. Para los griegos, este tema es vital y así lo muestran los filósofos a lo largo de sus diversas obras, pero podríamos decir muy someramente que la felicidad es una codiciada meta a la cual todos aspiramos y siempre intenta llegar a ella aunque nunca se llegue a ella, por lo que no se consigue en el más acá, sino en el más allá. En cambio para los judíos la felicidad se consigue mediante las acciones que permiten al hombre ser feliz, de modo que la felicidad se consigue mediante los logros que den sentido a la vida y así almacena la felicidad para llevarla al más allá, de modo que en el más allá disfrutará de toda la felicidad que aquí vivió.
Sin embargo la visión de Jesús va más allá de etas dos concepciones La felicidad es algo presente que desde el hoy se disfruta, y esta se a simplemente cuando se inaugura la vivencia del amor, pues entre más amor exista, más dicha se encuentra, no es que se vaya juntando para el más allá, sino que ya al experimentarla se vive auténticamente la felicidad y en la medida que se va viviendo el amor la felicidad va creciendo constantemente. No es que intente tocar la felicidad como los griegos o bien que la guarde para el más allá como la visión hebrea; sino que, la felicidad ya es posible vivirla en el más acá por la fuerza del amor y en la media en la que amo, esta felicidad crece y me hace ser una persona más dichosa; de modo que, en el más allá lo único que se hará será la continuidad del gozo experimentado aquí. Este mensaje es solamente para los pequeños, los pobres y no para los poderos porque estos se les escapa la verdad auténtica que viene de parte de Dios. Porque sólo en la sencillez es posible captar la maravilla y la novedad del Reino y por tanto de la felicidad.
Por esa razón Jesús llama felices a los pobres, a los que lloran, a los mansos, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los de corazón limpio, a los que buscan la paz, a los perseguidos por causa del Reino, porque ahí desde su pequeñez, sienten que lo que ellos hacen no es por sí mismos, sino por la fuerza de Dios, y la felicidad por tanto consiste en descubrirse amados y transformados por Dios, que les hace tomar en serio su vida y comprometerse sabiendo que todo está en manos del Señor, que él les guía y acompaña, que él les fortalece y les ayuda. Por tanto, la felicidad se vive desde el hoy, y en el más allá será en plenitud, pues el gozo que aquí vivieron sintiéndose amados por Dios lo habrán de vivir plenamente en la presencia de Dios. De este modo la felicidad es distintivo de todo cristiano, y en consecuencia de todo el que busca la vida en Dios, es decir, la vida en santidad.
Si el distintivo de una vida de santidad es la felicidad quiere decir que lo primero que hemos dicho como camino a la santidad debe de ir acompañado precisamente por la felicidad. Si vamos a tomar en serio nuestra vida, vamos a ser buenos estudiantes, vamos a ayudar en la casa, vamos a ser buenos trabajadores, vamos a vencer lo malo en nosotros, el carácter, la envidia, el rencor, quiere decir que debemos hacerlo en sintonía con la alegría.
De nada valdría que queramos vencer nuestro mal humor sólo por querer ser santos, si en el fondo eso nos amarga, o no estamos convencidos, o lo hacemos a fuerza. Eso no es santidad, porque no está siendo movido por la alegría, por el encuentro con el amor. Si vamos a ser buenos estudiantes sólo por conveniencia, o para que no me castiguen, pero no porque de verdad quiera cambiar y ser bueno y tomar en serio mis compromisos, tampoco ahí hay santidad. Si voy a ser un buen papá, o una buena mamá, pero no por amor a mis hijos, sino porque no me queda de otra, porque ya los tengo y ni modo, pues tampoco eso es signo de santidad, sino de resignación, y la base de todo no es el amor, sino la obligación, cosa que no produce la verdadera santidad.
La santidad por tanto se va llevando a cabo tomando en serio nuestras vidas, comprometiéndonos con nuestra historia, tratando cada día de vencer algo malo de nuestra persona, aunque tome tiempo. Pero lo más importante es hacerlo con alegría que es el distintivo del creyente, y sobre todo de todo aquel que busca la santidad.

1 comentario:

  1. PADRE, qué duras reflexiones... Pero GRACIAS pues nos guían porque nuestra fragilidad nos hace caer, pero DIOS MISERICORDIOSO NOS IMPULSA A LEVANTARNOS Y CONTINUAR. Ahora sé que hay que hacerlo pero, además, CON ALEGRÍA.
    ¡A CONTINUAR LA VIDA CON JESÚS Y MARÍA!
    GRACIAS PADRE

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