13/11/11

«A uno le dio cinco talentos...»

Meditación con motivo del XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo /A/

Textos:
Proverbios 31,10-13.19-20.30-31
1 Tesalonicenses 5,1-6
San Mateo 25,14-30

El día de hoy el evangelio nos presenta la parábola de los talentos. Hay que entender que quiere decir esta palabra. Un talento es una medida que equivale a seis mil denarios. Un denario era el salario mínimo de un trabajador al día, por tanto podríamos decir que un talento era aproximadamente lo que un hombre ganaría alrededor de 20 años. Por tanto se les está dando una cantidad muy grande.
Pareciera que en el trasfondo de está parábola está el contexto de la historia de salvación, en donde se ve como Dios entrega lo más valioso, su proyecto de salvación a los hombres y como algunos han permitido que ese proyecto vaya dando frutos, en cambio hay otros que no lo han visto así. Pareciera que en el trasfondo está una crítica al pueblo judío, que recibió el proyecto de salvación pero en lugar de comprenderlo y hacerlo fructificar lo enterró. En cambio hay otros que si lo supieron valorar, y se hicieron una idea equivocada de Dios: «Sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido.
Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!
» No vieron en este proyecto del cristianismo un proyecto de verdadera salvación, sino que se encerraron en sí mismos, y vieron esto como un absurdo, algo que no tenía sentido y por ello lo enteraron. San Mateo pareciera que acusa al pueblo judío de enterrar esta propuesta de salvación, y esto también va dirigido a nosotros, que no somos capaces de aceptar este proyecto de salvación en nuestras vidas, escondemos bajo tierra la fe, los sacramentos, la Palabra de Dios y no somos capaces de ver los frutos que se nos dan.
De ahí que está parábola nos invite a contemplar hasta que punto vamos valorando los talentos que Dios nos va dando, y sobre todo esos talentos espirituales que nos regla para tener la salvación en nuestras vidas.
Cada uno de nosotros desde el día de nuestro bautismo recibimos la fe, pero hasta qué punto nosotros vamos permitiendo que esa fe vaya creciendo y fructificando. Cuantos se dicen católicos pero su fe está bajo tierra, porque no le dice nada, porque hay tantas cosas que hacer que su fe queda totalmente de lado. O bien su proyecto de vida, pareciera que no entra la fe, Dios nos ha dado a nosotros el don de la fe, es un talento, es algo valioso, pero nosotros podemos pensar que no va de acuerdo a nuestras expectativas y lo vamos enterrando. La fe debe de dar un fruto, pero en realidad podemos decir que ha crecido nuestra fe, que se demuestra que nuestra fe es distinta, que mi vida es distinta, o simplemente digo que tengo fe porque hago una oración, o porque voy a misa, pero en realidad no repercute en nada en mi vida, ni me ha hecho mejor, ni me ha acercado más a Dios. ¿Hasta qué punto realmente la fe ha dado un fruto en mi vida? ¿Hasta qué punto ha crecido?
O bien hasta qué punto hemos valorado el talento de la Palabra de Dios en nuestras vidas. Cuántas veces se proclama la Palabra de Dios, y cuántas veces la ponemos bajo tierra, porque no la escuchamos, no nos dice nada, no la meditamos, más aún, no nos interesa ni dejamos que vaya iluminando nuestra vida. La Palabra de Dios siempre viene a nuestra historia, pero nosotros muchas veces no valoramos esa Palabra, es algo tan valioso, algo que viene a iluminar mi manera de ser, a guiar mi vida a transforme, pero hasta qué punto yo me he dejado transformar por ella. Si cada domingo escuchamos la Palabra, la pregunta sería si después de un año de escucharla realmente ha dado un fruto, realmente me ha hecho mejor, me ha dado la capacidad de ver con ojos nuevos mi vida, y he cambiado algunas actitudes, si realmente esa Palabra me ha iluminado y llenado de esperanza en los momentos de crisis. O a lo mejor esa Palabra ha venido, pero no me ha afectado en nada, no me ha transformado en nada, en otras palabras, he puesto bajo tierra esas Palabras, no he sabido ver la grandeza que esa Palabra tiene en mi vida.
Esos talentos también se refleja en los sacramentos. ¿Qué hacemos con los sacramentos? ¿Hasta qué punto se ha desarrollado y ha dado fruto mi bautismo? ¿Hasta dónde me ha comprometido mi confirmación y he dado un verdadero testimonio? ¿Hasta dónde el sacerdocio es realmente un signo de santificación para la comunidad? ¿Cómo me ha ayudado a trasformare la confesión? ¿Cómo me ha ayudado a crecer y madurar mi vida de pareja el sacramento del matrimonio? Cuántas veces los sacramento son sólo por la fiesta, y después se quedan bajo tierra, el bautismo no da para más. O bien la confirmación no ayuda a ser verdadero testigo, sino que sólo me tome una foto y después bajo tierra, sin dar testimonio, ni comprometerme delante de los demás. O bien cuántas veces el sacramento del matrimonio fue sólo la fiesta, el regalo, el vestido de blanco, pero en realidad nunca dejamos que la gracia que se recibió en ese día creciera para seguir amando en el desarrollo de la relación a pareja, amarlo desde la dimensión de Dios; o bien dejamos que esa gracia matrimonial creciera para afrontar los problemas y verlo desde Dios.
Muchas veces esos talentos se echan en tierra, sólo se reciben un día, con una fiesta y después de olvidan y olvidamos el gran tesoro de salvación que Dios pone en nuestras manos, puyes no vemos que son un talentos, es decir, una gran cantidad, sino que sólo vemos que es una fiesta, un compromiso, pero no una gracia que salva y me acerca a Dios.
Es un buen día para meditar en estos talentos espirituales que Dios pone en nuestras manos, y ver que hemos hecho con ellos, y a lo mejor ir y desenterrarlos y empezar a dar frutos para decirle al final de nuestra vida: «Señor, me has confiado estos talentos: aquí están los otros talentos que he ganado

2 comentarios:

  1. Hola Padre soy BETY
    Gracias , y espero llegar al final, con otros talentos , siga guiandonos.

    ResponderEliminar