12/2/12

«Si quieres, puedes limpiarme...»

Meditación para el VI domingo de tiempo ordinario
Ciclo /B/

Textos:
Levítico 13,1-2.44-46
Corintios 10,31-33.11,1
San Marcos 1,40-45

Las diversas sociedades de nuestro mundo, hoy en día, se ven amenazadas gravemente por un espíritu de discriminación. Un actitud que lejos de permitir un desarrollo en la misma sociedad le va minando sus bases, porque a sus miembros no se les reconoce los mismos derechos y dignidad a los demás. Esto implica por tanto una traba en donde se cataloga a unos, y se les margina en ciertos ámbitos, incapacitándolos para un mejor desarrollo en la misma sociedad. Por otro lado, va haciendo que se generen grupos y resentimientos -por parte de los marginados-, al interno de la sociedad, lo cual también detiene el buen desarrollo de una comunidad. Aunado a esto se puede descubrir que también se genera en los grupos e individuos marginadores un espíritu de soberbia que les impide reconocerse tal cual son, con sus logros y sus límites. Podemos decir que la marginación es en el fondo un cáncer que impide el buen funcionamiento en cualquier sociedad, pues poco a poco le va paralizando.
Sobre esto nos habla las lecturas del día de hoy, marcando la marginación por excelencia dentro del mundo judío: La lepra. En la opinión judía, un leproso era un «primogénito de la muerte» (Job 18,13). La lepra tiene una simbología de muerte. Traer la lepra es traer la muerte a cuestas. Para mayores datos podríamos leer Lv 13-14 y Job 18 en donde se marca la situación del leproso. Podemos decir en general que un leproso lo pierde todo, pierde su casa, su mujer (ella podía casarse como si hubiera quedado viuda); No podían entrar en Jerusalén, ni a la sinagoga; Vivían a las afueras de la ciudad; Morían de hambre, sólo se alimentaban de lo que alguna gente piadosa les daba, en lugar de tirarlo en los estercoleros; por los camino llevaban una campana, gritaban que eran impuros para que nadie se les acercara. Cabe aclarar que era llamada lepra a cualquier enfermedad de la piel.
Así, un leproso era una persona sin ningún derecho dentro de la sociedad, son el signo de la máxima marginación dentro de la sociedad. Ante esto el cristiano debe dar una respuesta. ¿Es que es posible que se puede marginar a alguien? La respuesta nos la manifiesta Jesús al toparse con este leproso.
Aparece este hombre y se acerca, porque ve en Jesús su última expectativa, sólo él puede ayudarlo. Y puesto de rodillas hace una hermosa oración: «Si quieres, puedes limpiarme.» Esta oración no marca lo que él quiere, puesto que no le dice “límpiame”, sino que pide lo que Jesús quiera, reconoce el poder de Dios y su voluntad amoroso. Decir “si quieres”, implica abrirse a todas las posibilidades. Es como decir “lo que tu quieras está bien”. Es como decir: “todo lo que quieres, lo puedes; tu siempre quieres el bien y puedes el bien.” El hombre queda en el nivel que no sabe lo que quiere y lo que puede, sólo Dios lo sabe y lo puede. Con esto el leproso se abre a lo que Jesús realice en él, confiando plenamente.
Y esta súplica podría ser en primer lugar la de todos aquellos a quien nosotros marginamos. Por qué en realidad todos vamos de una u otra forma marginando en medio de nuestra vida. Cuantos niños marginan otros porque son más sencillos, más tranquilos, porque usan lentes u otra cosa. Cuantos adultos marginan a que piensa distinto, al que trata de vivir bien, al que es de otro grupo. Además de los diferentes círculos sociales que hoy en día se ven fuerte marcados como leprosos de nuestros días, porque son inútiles a los ojos de los demás: los ancianos que son arrojados a un rincón porque son estorbos; los enfermos porque son contaminantes, como los que sufren a acusa de SIDA; los discapacitados, porque se cree que son seres tontos que no ayudan ni son útiles; los indígenas, porque son distintos y no están en nuestra sintonía; los que son marginados por su raza o piel, su ideología o religión, su sexo o postura social. Si nos damos cuenta vivimos rodeados de marginaciones, algunas grandes y televisivas, otras pequeñas e imperceptibles; pero o cierto es que existen. Y así como el leproso se acerca a Jesús, también hoy se podría acercar ese compañero de la escuela o trabajo que has marginado y te diga: “si quieres, límpiame.” O ese hijo que lo reniegas porque es diferente a sus hermanos, ya sea por su físico o su modo de ser, también hoy te dice: “si quieres, límpiame.” O ese del cual te burlas y lo destruyes, hoy te lo dice: “si quieres, límpiame.” ¿Qué haríamos?
En segundo lugar la súplica del leproso podría ser nuestra oración: «si quieres quita mi lepra», quita estos sentimientos de superioridad, de egocentrismo, de envidia, de perfección, para que ya no margine más a los demás. En el fondo, quien margina al leproso tiene otra lepra más ruin, que lejos de destruirle la piel, le carcome su interior. Todos deberíamos de suplicarle a Dios que nos limpie de nuestras lepras marginadoras, de esos sentimientos que no nos hacen mejores personas, sino que, nos limitan. Si somos capaces de elevar nuestra súplica, entonces podremos limpiar a los demás, pues los veremos como hermanos.
En el fondo el evangelio nos invita a limpiarnos de nuestras lepras y permitir que vayamos siendo más sensibles hacia los demás para aceptarlos, conocerlos y formar una sociedad más justa reconociendo nuestros derechos y el papel de todos, mostrando que todos somos necesarios, a fin de transformar nuestra vida y la misma sociedad, complementándonos mutuamente, construyendo puentes. Pues así lo muestra Jesús al contestar inmediatamente: «Quiero, queda limpio.» Con ello inaugura un nuevo Reino en donde no puede haber marginados, no pueden existir muros inexpugnables, barricadas elitistas, sino la apertura plena y un reino para todos. Hoy el Señor nos lo sigue diciendo, para que quitemos nuestras divisiones y todo tipo de marginación, y así vivamos realmente el Reino de los cielos.
Que la fuerza de su Palabra nos capacite para librarnos de esa marginaciones que generamos y limpiemos de sus lepras a los marginados de nuestros tiempos y nuestras vidas.

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