30/1/10

«El amor permanece siempre»

Meditación con motivo del IV Domingo de Tiempo ordinario
Ciclo /C/

Textos:
Jeremías 1,4-5.17-19
1 Corintios 12,31.13,1-13
San Lucas 4,21-30

Uno de los temas más profundos y socorridos a lo largo de la historia, del cual se ha hablado mucho y se ha abordado de diversas formas es quizá el tema del “Amor.” Un tema socorrido pero el mismo tiempo no totalmente comprendido, e incluso muy confundido. Hoy en día se suele utilizar este vocablo para expresar una serie de situaciones y pensamientos que finalmente no son lo que significa el amor. Hoy se utiliza la palabra amor para cualquier cosa, ya sea para un afecto, para un gusto, un deseo, una amistad, etc. El mismo Papa Benedicto XVI dice: «El término “amor” se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes.» (Deus Cáritas est n.2)
Sin embrago, no sólo se usa este término para cualquier cosa, sino que se suele utilizar para confundir. Cuantas veces se habla de amor, cuando en realidad el sustrato de ello es el egoísmo, o la propia conveniencia. Cuantas veces se dice que se hace por amor, pero lo hacemos sólo para satisfacernos a nosotros mismos. Cuántas obras de supuesta caridad se van haciendo en la historia, pero en realidad no buscan el verdadero amor, sino que quieren quedar bien, o mostrar algo que les ayude a tener una buena pantalla.
Podemos decir qué el amor es algo muy gastado, y muy poco comprensivo. El tema del amor es sumamente complejo para los antiguos. Los mismos griegos utilizaban diferentes vocablos para referir el tema del amor en distintos niveles, de manera que lo que nosotros llamamos amor, con un sólo vocablo, ellos lo expresan con varios, para remitir distintos niveles y alcances del mismo. Se usaba el término “Philia” para hablar del amor de unión entre amigos, o hermanos, era un amor en donde se manifestaba esa unión entre los amigos, o la misma hermandad. El término “Erôs”, indica el amor de atracción, del deseo e impulso, se podría decir que es un «amor ascendente, vehemente y posesivo» (Deus Cáritas est n.7) .Otro término es “Stargui”, un amor de simpatía, cuando el otro nos cae bien, tenemos un afecto por él. Y finalmente el término más sublime al cual el amor puede aspirar: “Agapê”, el amor de entrega, de donación de la propia vida.
Hoy la liturgia nos presenta en la segunda lectura este extraordinario himno al amor que san Pablo ha plasmado en su carta a los Corintios. Y justamente el habla de este último nivel de amor, del “ágape”. Este término sirve para san Pablo, pues el amor cristiano precisamente concuerda con la idea de este vocablo. El amor no es simple atracción, o mero placer, el amor es entrega, es donación de la persona hacia los demás, y una donación que no exige necesariamente recompensa, que no exige una respuesta para vivir en esta dinámica, la ida se entiende desde esto, desde la entrega desde la donación, desde salir de sí mismo a favor de los demás. Sólo desde esta perspectiva se puede vivir la experiencia real y auténtica del amor cristiano. Ciertamente esto no se puede hacer de un día para otro, no es instantáneo, sino que se requiere de un proceso gradual. San Pablo coloca para ello algunos elementos del amor, con el fin de entenderlo y ser capaces de ir profundizando en esa dinámica. Analicemos brevemente algunos elementos.
Primeramente nos dice que el amor es paciente. Quiere decir que el amor es receptivo, es capaz de aguantarlo todo, no se desespera ante la inconsistencia del otro. Implica que la vivencia del amor es una fuerza que ayuda al otro a salir adelante, que trata de no cambiar al otro, sino de comprenderlo, de abrazarlo en su pequeñez, no pierde la cabeza por lo que se vive, sino que trata de ayudarle y de fortalecerlo.
El amor es servicial, implica que el amor nos lleva a tener un espíritu de servicio, ser capaces de ayudar al otro, ser capaces de tenderle la mano a aquel que lo necesita. Ejercitar el amor precisamente nos debe de llevar a tener esta actitud de servicio, de ayuda a los demás. De estar disponible a favor del otro, no per mero compromiso, o mera filantropía, sino porque el otro es importante y yo puedo hacer algo por él.
De las notas positivas (es paciente y servicial) pasamos a las negativas que trataran de dar a entender precisamente lo que se debe de vencer para vivir en esta dinámica de amor: «El amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece…» El amor debe vencer la envidia, es decir no enfrentarme con los otros para destruirles (pues siento que me impiden ser yo mismo) o para utilizarles, poniéndoles bajo mi dominio. No debe alardear, ni envanecerse, no debe creerse que es mejor que los demás y decírselos en su cara como si fuera único, como si nadie le llegara a los talones. La vivencia del amor debe ayudarnos a superar esto, a superar a reconocer que somos iguales, que el otro es importante, que el otro es valioso y que al igual que yo puede apartar algo.
«…no procede con bajeza, no busca su propio interés…» El amor nos debe de llevar a reconocer que debemos respetar a los demás y no romper con ello la armonía en la vida. El amor es la capacidad de vivir de modo honesto, sin aprovecharse de los demás, sin querer sacra un interés y para ello juagar con otros. El amor debe hacernos respetar la integridad del otro, no verlo como medio, como algo que sólo sirve para ayudarme, sino con toda su integridad.
«…no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido…» El amor nos debe llevar a vencer la ira, por ello no debe enojarse, debe aprender de manera gradual a controlar su carácter. Este es uno de los males mayores, pues muchas veces es fácil explotar, siendo que realmente debemos respirar, pensar, y tratar de no enojarnos, a fin de que la paz llegue a nuestras vidas. Incluso cuando esto se logra, el mal recibido se puede ver desde otra óptica. Es algo ciertamente difícil, pero exige un esfuerzo, un trabajo, para salir adelante.
«…no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.» La Injusticia es aquello que va en contra de la justicia, es decir, en contra de la acción salvadora y gratuita de Dios. Alegrarse en la injusticia significa asumir la maldad de los hombres y aprovecharse de ella, para provecho propio. La vivencia del amor implica que el hombre se preocupa por hacer el bien, por ayudar a los demás, por tenderle la mano a otros, evitando el mal, y haciendo el bien en todos los ámbitos de la vida humana. Y ello implica que el hombre debe de alegrarse en la verdad. Cuando se habla de verdad, se habla de aquello que es visible la palabra griega es “aletheia”, que etimológicamente es algo que se puede ver, algo que es conocido plenamente. Dentro de la Biblia la verdad es la experiencia de la vivencia evangélica, de lo que ayuda al hombre, de lo que realmente le hace ser humano. Esto es la verdadera alegría, pues reconoce lo que ayuda al hombre, reconoce la salvación de Dios, reconoce los verdaderos parámetros que ayudan para que la vida sea mejor. Se alegra no de modas, o cosas superficiales. La alegría surge precisamente de descubrir lo que ayuda al hombre, se alegra del don de la vida, del respeto a los demás, de la educación digna, de la vivencia auténticamente solidaria. Se alegra de esto pues ahí se vive la fe, se vive el espíritu evangélico, se vive la dignidad humana en toda la extensión de la palabra, es decir, se alegra de la verdad. Si esto no fuese así entonces no habría amor, sólo conveniencia, sólo serían estratos pasajeros, pero no sería un amor auténtico, sino una distorsión de lo que realmente es el amor.
El texto concluye diciendo: «El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.» El amor es una fuerza capaz de vencer todo, capaz de disculpar, de no dejarse abatir por el error; que es capaz de creer que es posible un cambio; capaz de esperar, capaz de saber que lo último no está dicho, y que es posible una renovación. Finalmente dice san Pablo: «El amor permanece siempre», es decir, tiene la última palabra, es algo que si se vive nunca terminará, sino que se hará cada día más y más fuerte. Conviene aclarar que al decir que “permanece” no estamos indicando simplemente que aguanta de un modo pasivo, sino que se mantiene firme, de manera activa, siempre y en todo momento. No es el que soporta las penurias de la vida, sino que nos remite al que conquista y transforma todo. El amor no es una resignación pasiva, sino la fuerza que tiene una entereza triunfante, de conquista constante.
A la luz de esta lectura podemos entender el pasaje del evangelio en donde descubrimos a un Jesús rechazado, un Jesús que es sacado de la sociedad. Con esta escena San Lucas trata de mostrar los efectos del ministerio de Jesús, un ministerio que terminará en fracaso, pues la vivencia del amor como él lo propone no es fácilmente visto, es un reto, y por ello es rechazado. Su cruz será muestra de su amor, y al mismo tiempo del rechazo de la vivencia de este amor.
El amor ciertamente da miedo, y ello incluye el sacarlo de nuestra vida, pues es un proyecto que cuestiona, al comprender la exigencia del amor, podría ser que lo rechacemos, así como se rechazó a Jesús y su proyecto de salvación. Podríamos incluso creer qué es una Utopía, que nunca se llegará a realizar, o bien podríamos comenzar por ejercitar o vencer una de todas las cosas que el texto nos marca y hacer de nuestra experiencia de amor algo más cercano en nuestra realidad. Podemos contemplarlo y ver lo absurdo que es o bien iniciar un pequeño cambio, un pequeño acercamiento a nuestra experiencia de amor. Pidamos para que no nos atemoricemos de iniciar este proyecto, en donde finalmente lo que triunfa es la vida, es el amor y se transforma auténticamente la historia de salvación.

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