26/6/11

Llamada a la Hospitalidad

Meditación con motivo del Domingo XIII de tiempo Ordinario
Ciclo /A/

Textos:
2 Reyes: 4, 8-11. 14-16
Romanos: 6, 3-4. 8-11
San Mateo 10, 37-42

Una de las realidades más preocupantes que pueden existir en nuestra sociedad actual, es la indiferencia que existe en el mundo, la actitud de apatía que hay en el mundo, esa indiferencia que va caracterizando a nuestras sociedades actuales, que hacen replegarse al hombre en sí mismo. Podemos ver que esta indiferencia como consecuencia de un egoísmo centrado en la sociedad, donde lo único que interesa es el propio beneficio, donde lo único que importa es que uno mismo salga adelante, sin importar lo que el otro piense, lo que al otro le inquieta, lo que el otro necesite, lo importante es alcanzar por sí mismo lo necesario para la subsistencia. Y esto se puede ver en la cantidad de comerciales que se hace hoy en día en donde lo único que se enfatiza es el bien personal, sin importar el bien de los demás, el mismo internet hace que el hombre se crea con la capacidad de conocer todo y no necesitar de nadie. Esta indiferencia hace que cada uno se preocupe por obtener, haciendo a la gente indiferente e insensible ante el sufrimiento de los demás, de ahí que crece la violencia, pues no interesa, ni lo que el otro piense, ni lo que el pase a su vida o la vida de su familia. Por esta razón crecen los vicios, pues en las drogas y demás vicios se encuentra algo que complace, que me hace feliz de momento y evadir mi realidad. Por ello podemos ver que crecen los divorcios, pues lo único que interesa es el propio placer, el propio beneficio, pero no interesa la entrega, el amor, la donación, sino que uno se recluye en sí mismo, sin importar nada, sin importar la pareja, los hijos, lo único que se busca es la propia autosatisfacción, y es lo único que se busca, y cualquier inconveniente es signo para separarse, y no se ve como parte de la vida, un reto para salir adelante y fortalecer la relación. El mundo busca en el fondo una autosatisfacción y por ello, se vuelve indiferente a los demás.
De ahí que el día de hoy la liturgia nos enfatice en la virtud de la hospitalidad. Esta es una práctica muy utilizada en la antigüedad. Se creía que en ese tiempo un caminante errante, no era simplemente un hombre que va vagabundeando por el mundo, sino que se podría tratar de alguna divinidad, por ello, era importante hospedarlos. Con esto hospedar al forastero los llevaba a reconocer a alguien que viene de Dios, o bien se recibía a la misma divinidad.
Y este signo de la hospitalidad no consiste simplemente en un gesto amable de ofrecer un techo y algo de comer al viajero. Es un gesto que significa la comunión de vida, que sella una relación de protección y aceptación indeleble, a tal grado que los enemigos del forastero acogido se tornaban enemigos del dueño de la casa, la suerte de aquel al que se le dispensaba hospitalidad era la suerte del anfitrión.
Y justo la primera lectura nos ofrece elementos para meditar en esta realidad. Nos presenta al profeta Eliseo que es acogido por esta mujer, y podemos ver como esta mujer decide darle el mejor recibimiento posible, pues no solamente lo invita a pasar, sino que prepara todo para recibirlo cordialmente: «Vamos a construirle en los altos una pequeña habitación. Le pondremos allí una cama, una mesa, una silla y una lámpara, para que se quede allí.» Este signo sin lugar a dudas presenta este gran signo de hospitalidad, pues no sólo le ofrece su casa, sino que le ofrece un espacio particular para él, y con mesa y silla, que no eran fáciles de adquirir, son un lujo. Esta mujer es hospitalaria, pues no sólo le da un espacio, o le da lo que le sobra, sino que realmente abre las puertas de su casa y le da todo lo necesario, no lo ve como una obligación, sino como una misión que tiene de cara a este hombre que viene frecuentemente.
Con ello nos muestra que la hospitalidad implica precisamente una donación total, una donación de la persona para recibir al otro, no basta con abrir un momento la puerta de la casa, no basta con dar lo que sobra, sino darlo con amor y dar todo lo necesario para la vida. Acoger al otro implica recibirlo con todo lo que soy, como decíamos, recibir al otro es un signo de comunión con el otro, haciendo lo participe de su viuda, y esta mujer lo ha hecho de ese modo.
Sin embargo, el texto revela un problema que esta mujer vive: «Mira, no tiene hijos y su marido ya es un anciano.» resulta ser que en esta familia hay una esterilidad, falta la vida, con esto el autor del libro de reyes nos coloca ante una situación precaria del pueblo, este es un pueblo que no es capaz de dar vida. Quiere decir que la estructura que se vive en la sociedad, es una estructura débil, es una estructura que flaquea, que no es consistente y por ello no es capaz de dar vida. Se suponía que el pueblo de Dios, dirigido por sus autoridades, debía de dar vida, signo de vida, de su pertenencia a Dios, pero al final resulta que es un pueblo estéril, y la solución es el profeta. Si bien la institución no puede ofrecer la vida, será el profetismo quien de esa vida. El profeta hará ver que sólo Dios es la salvación para el pueblo, y que esa salvación de la que está urgido el pueblo Dios la realizará con y desde los desheredados, con los pobres, con aquellos que nada tienen y no son capaces de dar signos de vida.
Por ello Eliseo se pregunta qué se puede hacer con esta mujer que es tan hospitalaria, y la respuesta es sencilla, ella debe ser signo de vida: «El año que viene, por estas mismas fechas, tendrás un hijo en tus brazos.» Pues, si no dan vida no es culpa de ellos sino del sistema imperante, y ante ello, si esta mujer es capaz de ser buena, debe de ser un signo de vida.
Pero si a ella se le promete este hijo, y con ello la fecundidad, la capacidad de dar y anunciar la vida no es solamente porque sea un milagro, algo sorprendente, o algo llamativo, como fruto de una recompensa, sino que esta promesa es un anuncio que proclama la consecuencia de la vida de esta mujer. Si ella tendrá un hijo y por consecuencia puede dar vida, es consecuencia de su vida, de su hospitalidad. Una persona que vive la caridad desde esta dimensión, siendo hospitalaria, no es una persona infecunda, sino que con sus obras da vida, sus obras son portadoras de vida. Su hospitalidad la ha hecho fecunda.
De esta manera se puede ver que si bien, el pueblo sufre una situación de esterilidad, sufre una situación de carencia de vida debida a los sistemas religiosos imperantes. No es culpa del pueblo, sino de las estructuras, pues el pueblo es capaz de producir vida y el profeta lo augura, lo anuncia, el pueblo por sus obras, por su hospitalidad es capaz de dar vida. El profeta se convierte así en vocero de vida, que vine a hacerse presente en la historia y a hacer descubrir que en las más profundas situaciones de la vida existe el amor y con ello la capacidad de dar vida a pesar de los fallo de las estructuras.
Con este texto se nos invita a descubrir que estamos llamados a descubrir que podemos hacer el bien aunque la estructura anuncie el egoísmo nosotros podemos vivir desde la dinámica de la caridad y producir vida en nuestros ambientes. Si bien la sociedad nos anuncia esta cerrazón de vida y ser egotistas e indiferentes, nosotros podemos descubrir que no es así, que podemos ser buenos y hospitalarios y que podemos ser capaces de dar vida.
Por tanto, todos nosotros por nuestra vida de fe estamos llamados a ser hospitalarios, es decir a no ser indiferentes con los demás. El creyente, es aquel que debe de dar vida y debe de dar vida de cara a los demás, de cara a las necesidades del otro, y no ser indiferente ante la necesidad o sufrimiento del otro. Estamos llamados a ser hospitalarios y a coger a aquellos que parecen forasteros en nuestras vidas.
Cuantas veces los hijos parecen forasteros, porque los papás están más ocupados en sus cosas, en su trabajo y no dan tiempo para escuchar y acoger a su hijo en sus vidas, que sean capaces de descubrir lo valioso de la vida de sus hijos. Acogerlo, recibirlo, preocuparse por sus cosas, por sus proyectos, por sus sentimientos, por sus necesidades. Ser hospitalarios ara dar vida a los hijos.
Ser hospitalario con mi pareja, dedicarle un tiempo para escuchar sus problemas, lo que pasa en la relación. Tantas veces se queda todo a un nivel meramente informativo, sacar cualquier cosa para comentar, pero no nos damos el tiempo para ver qué le pasa, como se siente, cómo va la vida de pareja, qué hay que corregir, qué es lo que va bien, que es lo que hay que agradecer. Tiempo para ser hospitalarios con la pareja y se viva una auténtica comunión.
Ser hospitalarios con las personas con las que trabajamos, encontrándonos con ellos y siendo amables, respetando su situación, no viendo como los puedo dañar o aprovecharme de su situación, sino recibiéndolos, ayudándolos haciendo mi trabajo lo mejor posible.
Ser hospitalarios respetando a los demás, no haciéndolos a un lado, sino recibiéndolos, es decir sonreír, tratar de entender sus penas, no faltándoles al respeto, no señalando los defectos, sino tratar de recibirlos como son y comprender su situación. No viendo a los demás como un medio para sacar un provecho, sino como a alguien a quien yo puedo ayudar y servir.
Sólo cuando somos hospitalarios, somos capaces de recibir a los demás, no de señalarlos, sino que los comprendemos, los escuchamos, los ayudamos, los respetamos, entonces se convierte en un signo de vida, nos volvemos fecundos en la historia.
Finalmente el evangelio va en esa línea, pues Jesús habla de dos realidades: Tomar la cruz y la recompensa a aquellos que reciben a los discípulos, a primera visat parecer´ñia n dos temas diversos, pero no es así, sino que va en la línea de la hospitalidad, pues tomar la cruz, es asimilar el misterio de Cristo, es asimilar el amor de Cristo que acogió nuestras debilidades y pecados y nos salvo, de la misma manera nosotros debemos tomar la cruz, acoger a los demás y empezar a amar, empezar a vivir una donación de la vida hacia los demás. Tomar la cruz es esa capacidad de amar a los demás, recibirlo bien, pues el parámetro para ser hospitalarios es la cruz de Cristo, pues desde la cruz se ve el amor más pleno que se dona a los demás, sin esperar recompensas. Y entonces así, recibiremos la recompensa, que no es algo material, sino la vida, pues la recompensa de aquella mujer de la primera lectura es la fecundidad, de igual manera la recompensa por recibir al otro es la vida, es la capacidad de tener un sentido en la historia, que elimina los vacíos, que quita las ambigüedades de la vida y que le da una luz a nuestra realidad, pues somos capaces de vivir auténticamente iluminados por Dios. Si bien en el mundo hay indiferencia y apatía por los demás, nosotros como hombres y mujeres de fe estamos llamados a vencer esto y a ser hospitalarios en la historia con los demás, tendiendo como parámetro la cruz, el amor de Cristo hacia los demás.

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