5/6/11

«Vayan, y hagan discípulos...»

Meditación con motivo de la Solemnidad de la Ascensión del Señor
Ciclo /A/

Textos:
Hechos 1,1-11
Efesios 1,17-23
San Mateo 28,16-20

El hombre al toparse con la fe, sin lugar a dudas se topa con una disyuntiva, con una paradoja que sin lugar a dudas no sabe cómo enfrentarla. Esta paradoja se ve en la tensión de dos realidades, pues la fe por un lado me lleva a encontrarme con Dios, me lleva a ver hacia Dios, a ver hacia el cielo, la fe me debe ayudar a poner mi confianza y mi vida en Dios. De tal manera que el hombre de fe tiende a buscar a Dios. Sin embargo este mirar al cielo, esta mirada de fe, se topa con que muchas veces esa mirada a Dios es limitada, pues el hombre debe poner bien puestos los pies en la tierra, pues no es sólo de oraciones y devociones con lo que vive el hombre, pues vive con sus problemas, vive con dificultades, con sus compromisos, con su familia en el mundo. De tal manera que a veces llega a percibirse esta tensión un tanto contradictoria, pues por un lado se habla del encuentro con Dios, pero por el otro los compromisos que se deben tener de cara a la vida cotidiana. Pareciera que se lleva a cabo una tensión entre el cielo y la tierra, lo alto y lo bajo, el mundo de Dios y el mundo terreno.
Y justo sobre esta realidad nos habla esta festividad. En primer lugar el texto de los Hechos de los apóstoles nos coloca a los discípulos que están contemplando al cielo, una vez que Jesús ha desparecido entre las nubes. Se quedan viendo hacia allá, como si quisiera descubrir por dónde se fue, para descubrir cómo ir también hacia allá. Pero en el fondo es quedarse viendo solamente lo celeste, quedarse viendo simplemente lo abstracto. Los discípulos se quedan viendo sólo el cielo, sólo ven esto, pero no son capaces de ver lo terreno. Para ellos ahora todo ha finalizado, todo se ha acabado, no hay nada más que hacer, simplemente se termino, por ello ven al cielo, pues sólo ahí encuentran un refugio. Y justo en ese momento se aparecen estos dos hombres vestidos de blanco que les anuncian una realidad fundamental: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir
Estos hombres les invitan a dejar de ver hacia el cielo, dejar de fugarse de su realidad y de aceptar su condición, descubrir el valor de su vida, y sobre todo descubrir que la fe no es algo que se lleve a cabo en la abstracción, sino que debe descender en la realidad. Pues bien, para los discípulos Jesús se va, Jesús se eleva entre las nubes del cielo, y ahí ponen su, sólo viendo y aguardando que regrese. En cambio estos dos hombres de blanco les dicen que no es así, que la fe no es sólo elevar la vista, sino que es empezar a voltear la mirada hacia la realidad.
Con esto se quiere dejar en claro que no debe existir una tensión entre el cielo y la tierra, sino que deben de ser una misma realidad. La fe me debe ciertamente a ver hacia Dios, pero también a descubrir la experiencia de Dios en mi vida, y llevar a los demás a esta experiencia. De este modo la ascensión de Jesús se convierte en el relato que invita a comprometerse a los discípulos con su historia. Y comprometerse implica precisamente vivir su realidad e iluminarla a partir de la experiencia de Dios, no para huir de ella, sino para descubrir precisamente el valor que esa vida tiene a la luz de la fe.
Y por ello el texto del evangelio para complementar mejor esta idea. Nos encontramos al final del texto de Mateo, donde Jesús asegura que él es el sentido de la historia, y que con él está la presencia de Dios siempre: «Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.» Esta frase con la que se cierra el evangelio nos remite precisamente al inicio del evangelio, cuando en el sueño a José se le dice que esté niño será el Emmanuel, es decir, “Dios con nosotros” (Cómo ya lo escuchábamos en el IV domingo de adviento). Por tanto, quiere decir que desde el inicio del evangelio se marcaba que el nacimiento de Jesús significaría la presencia de Dios entre nosotros, la presencia de Dios en la humanidad. Y así, al finalizar el evangelio podemos ver que el mismo Jesús dice que siempre estará con ellos, marcando una presencia perdurable, que permanece de continuo con ellos, el “Emmanuel.”
La pregunta sería ¿Y como descubrir que siempre está en nuestras vidas? Ello implica descubrir que en nuestras vidas cotidianas efectivamente él se manifiesta y nos acompaña. Pero es necesario ser sensible, y ser capaz de abrir los ojos para verlo. Pero esta presencia no se limita a descubrirlo, sino a hacerlo visible a los ojos de los demás, pues Jesús está entre nosotros. Por ello Jesús deja claramente esa misión: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos.» Con estas palabras, Jesús pide a los apóstoles que continúen el movimiento iniciado por él, y ello implica que todos se hagan discípulos, que sean portadores del Reino. Quiere decir que la enseñanza que va a dar no es una simple proclamación, no es sólo decir cosas, no es de dar un cuerpo de enseñanzas, sino que implica que al escuchar el mensaje los demás se sientan comprometidos, se sientan enamorados de seguir a Cristo y se vuelvan discípulos, es decir, que los hombres efectivamente encuentren sentido de su vida en el encuentro con Cristo, suscitando un lazo íntimo con Jesús, sin lo cual no hay una verdadera fe cristiana.
Esto nos lleva a recordar que ser discípulo implica ser aquel que está llamado a seguir a Jesús, y habiendo encontrado el Reino de Dios, responde de manera positiva adhiriéndose a Jesús, con un reconocimiento del poder de Jesús de manera continua (no por periodos), y de modo consciente, es decir, reconociendo lo que hago y a lo que me comprometo.
De tal manera que la fiesta de la ascensión nos invita a ver el sentido de la vida de fe, que no es sólo de hacer oraciones y ver al cielo, sino de ver nuestra vida, y de ser capaces de anunciar la presencia de Dios en nuestras vidas, de manera que los demás también encuentre ese sentido de la vida. Si Jesús asciende, no es para quedarse viendo al cielo, y pensando cosas bellas sobre Dios, sino implica ver nuestra vida y cómo me voy a comprometer de cara a la realidad con mis hermanos, para que sean capaces de ver a Dios. Y ello implica la capacidad de amar, de ser honesto, de ser sincero, de ser solidario. Pues así el hombre es capaz de ver un signo de Dios, un signo del evangelio en nuestras vidas, y así iniciar la cercanía y la conversión delante del mundo.

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