11/12/11

«¿Quién eres tú?»

Meditación con motivo del III Domingo de Adviento
Ciclo /B/

Textos:
Isaías 61,1-2a.10-11
1 Tesalonicenses 5,16-24
San Juan 1,6-8.19-28

El día d hoy la liturgia nos centra en la figura de Juan el Bautista y su identidad. Este hombre que inicia su predicación, bautizando con agua en el río Jordán. Sin embargo su movimiento causa un tanto de revuelo pues las autoridades religiosas no entienden esta predicación, incluso temen que sea el Mesías y eso provocaría un gran problema para la estructura política y religiosa del tiempo y por ello va a averiguar de qué se trata esta predicación.
Al llegar inmediatamente lanzan una pregunta para indagar sobre su identidad: «¿Quién eres tú?» y así tratar de desvelar el misterio sobre su persona. Seguramente estos hombres andarían preparados por si se hacía llamar el Mesías, para tratar de acallarlo. Si nos detenemos un poco en estos enviados podemos ver que su preocupación sobre la identidad del Bautista gira en torno a lo político y su relación con el estadio religioso. Pues si Juan resultaba ser el Mesías eso implicaría en el pensamiento cultural de los judíos un movimiento social, que desencadenaría una ola de violencia, que repercutirían en el imperio en la sociedad misma, y por consiguiente en la estructura religioso que ellos están salvaguardando. En el fondo la pregunta no es la búsqueda de la verdad, sino simplemente la búsqueda de un status, el buscar prevalecer, es la búsqueda de acomodo en la sociedad. Pues estos hombres religiosos no buscan, y a Dios, no buscan a su enviado, se buscan a sí mismos, buscan su posición en la sociedad, sus privilegios que se podrían ver amenazados con este hombre si se declara el Mesías.
Esto sin duda es un gran problema, pues muchas veces los hombres de fe, pierden el horizonte de la auténtica fe, y dejan de buscar a Dios, para encontrándose sólo consigo mismos, pues la fe en lugar de llevarlos al encuentro con Dios, los ha llevado al encuentro consigo mismos, con un privilegio, con un lugar en la sociedad. Dejan a Dios de lado, y ven su lugar, ven lo que han ganado. Estos hombres se supone que son conocedores de Dios, se supone que buscan a Dios, sin embargo, temen encontrase con el Mesías, porque ello los llevaría a perder su lugar en la sociedad. Temen perder poder y autoridad. Ellos son los que en primer lugar deberían sentirse llamados a buscar a Dios y a alegrarse si llega el Mesías, pero ahora, el Mesías que es la gran esperanza del pueblo, la grande intervención de Dios en la historia, se convierte en algo que es ajeno a su vida y sólo buscan su posición en la esfera política y religiosa.
Nosotros muchas veces ¡buscamos a Dios, pero a veces por seguir a Dios podemos poner en riesgo algún privilegio, algún beneficio, algún lugar y entonces preferimos disminuir el papel de Dios y en su lugar tratamos de buscarnos a nosotros mismos. Cuántos en la pastoral prefieren ciertos cargos, o prefieren ciertas cosas, no por el bien que pueden hacer, sino por el bien que se dan a sí mismos. A veces se traiciona la fe y con ello el proyecto de Dios.
Sin embargo, ante el terror que sienten estos hombres, Juan responde: «No soy yo el Mesías.» Él rechaza inmediatamente la suposición de estos hombres. Pero para estos hombres no es suficiente pues para ellos es un peligro, le habla en nombre de Dios y eso amenaza la estructura y por ello deben de frenar su movimiento y para ello dan otra serie de preguntas que demuestran que estos hombres no son nada ignorantes en materia religiosa, al contrario, son gente inteligente, saben de Escrituras y tradiciones y para ello utilizarán sus conocimientos para preguntar y a sí limitar la actividad de Juan.
«¿Eres Elías?» Es la segunda pregunta y al relacionarlo con Elías lo ligan a una de las tradiciones judías que decían que antes de que llegue el Mesías debe regresar Elías, por tanto, si Juan no es el Mesías podría ser Elías y con esto se estaría asegurando que llega el momento en el que llegará el Mesías. Esto implicaría otro peligro a nivel político, sin embargo también contesta de modo negativo.
Y entonces viene la tercer a pregunta: «¿Eres el Profeta?» Aquí el profeta refiere un pasaje del libro del Deuteronomio 18 en donde Dios promete un profeta al pueblo después de Moisés. En ese contexto se habla de un sucesor para Moisés, sin embargo la tradición vio en estas palabras la promesa de la llegada de un gran profeta antes de la ligada del Mesías. Con esto están tratando de descubrir su actividad en relación con una actividad Mesiánica. Pero Juan la rechaza, lo cual llena de perplejidad a estos hombres pues no hallan como acallarlo: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?» Finalmente buscan una respuesta para usarla en su contra, pero ya nos aben que más decirle pues parece que Juan ha roto con toda la tradición de los judíos y ahora no saben qué hacer, buscan sacar algo de sus palabras.
La respuesta de Juan es sencilla: «Yo, una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.» Juan no se identifica con ningún personaje, él simplemente dice que es una voz. Sólo una voz. Y una voz implica dos cosas: un sonido y un mensaje que porta. Si es un sonido quiere decir que debe ser escuchado, su ministerio no es para saber quién es, o para donde va, sino para ser escuchado, no implica acciones, no implica algún movimiento, sino la capacidad de la escucha. Juan debe ser escuchado, pues es sólo la voz, es el sonido que es escuchado, pero si es voz porta un mensaje, y es un mensaje que quiere que se preparen los caminos del Señor.
Y aquel que escucha esta voz lo debe demostrar con un signo: «.» El signo del bautismo de agua es el modo con el cual el creyente demuestra al mundo que ha escuchado la voz Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de míde Dios. El bautismo de agua es algo físico, y por tanto no es una transformación que viene de Dios, sino que se limita a un acto meramente exterior. Bautizarse con agua no es otra cosa que reconocer que soy pecador y que requiero de la gracia de Dios para transformar mi vida. Con este signo se subraya la existencia del pecado en nuestra vida y la ruptura con él, de modo que uno esté dispuesto a iniciar una etapa de penitencia que expresase la sinceridad de su arrepentimiento.
Y esto es justamente el adviento. Por un lado, es la capacidad de escuchar a Dios, escucharlo para iniciar su llegada a mi vida. No es posible vivir el adviento sin la capacidad de la escucha. Por otro la capacidad de querer cambiar, es decir el bautizo de agua. Podemos decir que el adviento es el bautizo de agua, pues es el tiempo en donde reconocemos que hemos fallado y que queremos mejorar para encontrarnos con Dios. Que en este adviento seamos capaces de preparar la venida del Señor, escuchándolo y reconociendo que necesitamos de un cambio, pidiendo le la gracia para iniciarlo. Sólo así se demuestra la fe, pues buscamos cambiar y no sólo permanecer en una actitud de poder como aquellas autoridades.

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