24/10/10

«Velen por los derechos de los demás y practiquen la justicia»

Meditación con motivo del Domingo Mundial de las Misiones, DOMUND 2010

Textos:
Isaías 56, 1.6-7
Salmo 66
1 Timoteo 2, 1-8
San Mateo 28 16-20

Anunciar el evangelio es vital, sin embargo hoy día ese anuncio parece hueco, vacío, absurdo, pues parece reducirse a palabras y expresiones, pero que realmente no iluminan la realidad. Sobre todo cuando la mentalidad del mundo esta puesta en tantas cosas superficiales, cuando en el mundo todo se rige por los valores que propician los medios de comunicación, las posturas políticas, que anuncian todo como si fuese esa el camino de la realidad y del ser moderno. Ante eso el evangelio choca, parece un absurdo, un ridículo, una quimera que no lleva a ningún lado. Ante eso debemos de considerar un núcleo fundamental para anunciar el evangelio, para dar luz a este mundo que a veces está en tinieblas, haciendo creíble y factible ese mensaje.
Sobre esto nos habla la liturgia del día de hoy, en donde centra su mirada en esta denominada celebración del Domingo Mundial de las Misiones, un día en que se nos invita a reflexionar sobra nuestra identidad como misioneros, y colocando los elementos necesarios para dar luz con el anuncio del evangelio, puesto que todos nosotros por nuestro bautismo somos misioneros, pues como lo hemos escuchado en el evangelio de hoy, ese es el último mandato.
Primeramente debemos decir que una misión, que implica llevar la Palabra, no se limita sólo a una acción llena de palabras con nuestros labios, dando elocuentes y bellos discursos. Sino que hay que ver más allá, como decíamos al inicio, para hacer creíble este mensaje, puesto que anunciar el evangelio, y por ende ser misionero implica algo más y en especial la primera lectura del día de hoy nos ofrece la pauta para hacer creíble este mensaje: «Velen por los derechos de los demás. Practiquen la justicia
Anunciar el evangelio implica estas dos realidades: Velar por los derechos, y practicar la justicia. Con estos elementos Dios se hace próximo, la salvación de Dios es visible. Sin estos dos elementos nuestra vida de fe se queda vacía, nuestro mensaje evangélico es absurdo, sólo es palabrería barata.
Velar por los derechos de los demás, nos remite a estar atentos a que no se pisotee la dignidad de los otros, a que no se abuse de otros simplemente porque son pequeños o frágiles. Velar es una de las virtudes fundamentales de los creyentes, implica estar atentos, no dejar pasar desapercibido nada, para ser capaces de captar y ser perceptivos a lo que está sucediendo. En este caso, ser capaces de ver la injusticia en donde se presente, para que se evite eso y se dé la medida justa de los que se requiere. Desde luego que este velar implica el denunciar la injusticia, así como propiciar en la medida de lo posible una acción justa, no vale sólo decir que está mal algo, sino ver desde mis capacidades como puedo llevar esa situación a algo justo.
Esta vigilancia de la justicia implica primeramente comenzar con nuestras vidas, y ver hasta qué punto soy justo con los demás. Porque no es posible que yo anuncie la justicia, denuncie un acto injusto, si yo en mi vida soy injusto. Debo vigilar en primer lugar mi vida y ver si llevo a cabo una vida de justicia hacia los demás.
Debo estar atento y vigilar si yo soy justo con mi familia, porque a lo mejor ayudo a muchos, pero descuido a mi familia. Quedo bien con todos, al punto que reconocen los demás mis buenas obras y buenos pensamientos, pero tal vez, no es así con mi familia, pues a ellos no les dio ni mi tiempo ni lo indispensable para la vida, siendo que ellos deben de ser los primeros. Velar por sus derechos es ¡ver primeramente si estoy bien con mi familia, si le doy tiempo, si les ayudo, si le doy lo suficiente par a la vida. De nada vale vigilar por los derechos de los otros si estoy mal con ellos, todo queda en un absurdo y en un vacío total. De este modo el anunciar el evangelio se vuelve absurdo, puesto que el primer signo de amor es precisamente con los que están cerca de mí.
En segundo lugar practicar la justicia exige darle a cada uno lo que se requiere. Ello nos lleva a ver si yo doy lo que requieren los demás, si doy lo que necesita mi hijo, que no se limita sólo a lo material, si le doy lo que necesita mi esposa o esposo, que no es sólo un gasto o una casa o un servicio. Dar mi tiempo, mi escucha, mi amor, mi comprensión, renunciando a todo autoritarismo absurdo y sin sentido.
Ser justo en mi trabajo, sin aprovecharme de los demás, aprovechándome de alguien que pide mi ayuda para ser un beneficio, siendo corrupto, o explotando a los trabajadores. Practicar la justicia en todo ambiente, no solo de palabra, sino con la vida respetando derechos y dignidad de las personas.
De este modo, anunciar el evangelio nos lleva a una praxis fundamental que se vuelve testimonio en nuestra vida. Si velamos por los derechos de los demás, si vivimos la justicia y lo hacemos comenzando con aquellos con los que vivimos o nos relacionamos más cercanamente entonces seremos capaces de anunciar el mensaje del evangelio y de dar una respeta al hombre de hoy, y de ser creíbles en medio del mundo.
Anunciar el evangelio es misión de todos, pero es una misión unida a la praxis, unida al amor, unida a la práctica de la justicia, pues eso da un sentido a todo, pues se ve, se vive y sobre todo hace creíble el mensaje, que ilumina y da sentido a la historia. De este modo, hoy se nos invita a reconocer que somos llamados a ser misioneros, pero delante de una realidad, delante de un compromiso, el de velar por los derechos de los demás y de practicar la justicia haciendo así más creíble la experiencia del evangelio.

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