20/3/11

«Deja tu tierra...»

Meditación con motivo del II Domingo de Cuaresma
Ciclo /A/

Textos:
Génesis 12,1-4
Salmo 32
2Timoteo 1,8-10
San Mateo 17,1-9

Cuando escuchamos hablar de la Cuaresma generalmente vienen a nuestra mente diversas imágenes como viacrucis, oraciones, ayunos, abstinencias, pescado, mariscos, y cosas por el estilo, pues al concepto cuaresma se le unen estas ideas, incluso viene a la mente la idea de un momento de penitencia, de cambio de vida, de dolor. Sin embargo, la cuaresma no es eso, la cuaresma no es simplemente un tiempo para diversas actividades penitenciales, de devoción, o incluso actividades culinarias.
Sin embargo, la cuaresma es mucho más que eso, es un tiempo en donde la Iglesia nos invita a reflexionar y a contemplar nuestra vida cotidiana delante de nuestra vida de fe, y descubrir hasta que punto a lo largo de un año hemos sido congruentes con esa adhesión y hasta qué punto no lo hemos sido. No es en sí un tiempo para hacer meras prácticas penitenciales y ascéticas, sino es un tiempo para encontrarnos con nosotros mismos y nuestra vida de fe. Es un alto y ver hasta qué punto he sido congruente con mi vida de fe, que tantos frutos he dado a partir de mi experiencia de fe. Si bien se recomiendan ciertas prácticas penitenciales, no son, sino la expresión del reconocer que no somos congruentes con la adhesión a Dios y por ello, buscar los medios para dar auténticos frutos. Y por ende, estas prácticas son medios externos, que ejemplifican el camino que se debe hacer para empezar a ser congruente con la vida de fe, pero no por ellos e limita simplemente a hacer prácticas y prácticas, sino que se deben hacer obras que renueven nuestra vida, y esas obras que se recomiendan son meras expresiones, del verdadero cambio que se debe producir en la vida. De tal modo, que el creyente debe de ve confrontar su vida con la fe que a abrazado y de ahí producir un cambio, independientemente de meras practicas exteriores y ritualistas.
De tal manera que hoy deberíamos de confrontarnos y descubrir que tanto hemos sido realmente congruentes con la fe que hemos abrazado y hemos dado frutos dignos de esa fe, frutos llenos de vida y fecundidad. Estos frutos se reflejan en nuestra relación con los demás, cuando somos capaces de construir vehículos de unidad, cuando somos capaces por ser pacientes y construir una vida de comunidad, una comunidad que escucha, dialoga y comprende a los demás. Frutos que dan una vida auténtica, una vida que da sentido al caminar del hombre.
Pero creo que si nos detenemos podemos ver que efectivamente no hemos sido capaces de construir esa unidad en muchas ocasiones porque somos envidiosos, porque somos oportunistas, porque buscamos nuestros propios intereses, buscamos mantener el dominio, pero no somos capaces de comprender y vivir en armonía con los demás.
Y justo al contemplar esta realidad de nuestra historia parece iluminarnos el texto de la primera lectura, en donde nos encontramos con Abraham, este hombre que se ha topado con una dificultad sumamente seria. Este hombre no tiene hijos. El no tener hijos es una realidad sumamente complicada en las culturas de oriente, pues los hijos son el signo de la bendición de Dios, pues al mirar los padres saben que ellos perduran por su hijos, ellos son su imagen, su vida sigue patente por ellos, su raza, su estirpe, su familia continúa adelante porque en sus hijos se ve reflejados y trasmitidos. Si no se tienen hijos implica que Dios los ha maldecido, pues no hay posibilidad de que su familia se perpetúe, ha quedado cancelada su familia, y con ello, su historia terminará cuando muera el esposo.
Esta historia del Abraham estéril, nos refleja al hombre que no tiene un signo de vida, no es portador de la bendición de Dios y por tanto, no tiene promesa de futuro. Y esa puede ser nuestra vida delante de Dios., podemos ser estériles en nuestra vida de fe, pues no reflejamos la bendición de Dios y no mostrarnos una promesa de futuro y plenitud pues nuestra vida contradice todo eso. Ante esta realidad que vive Abraham, es Dios que pronuncia una palabra, que rompe la esterilidad que vive. Hay una Palabra que rompe esa esterilidad y da el anuncio de la vida: «Deja tu tierra y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré.» Pero curiosamente la promesa del hijo no se la da de momento, sino que le dice “deja tu tierra”, y esto es una invitación a caminar, a dejar detrás su vida, su identidad, su razón de ser en el mundo, e iniciar algo nuevo.
Quiere decir que la única manera de empezar a dar frutos, dejar la esterilidad, y empezar a vivir la fecundidad es ponerse en camino, sólo así se puede iniciar la verdadera renovación de la vida. Ponerse en camino a una nueva tierra, una nueva situación donde demos atrás lo que creemos que en nuestra identidad, pero que en el fondo no es lo que nos ayuda. Ponerse en marcha e iniciar una vida distinta. Dejar la patria de la envidia, del rencor, de la soberbia, de la falsedad.
La cuaresma de este modo es el tiempo para escuchar la Palabra de Dios y reiniciar nuestra alianza con él. Y ello implica caminar, ponerse en marcha. Abraham se puso en marcha sin tener un mapa, sin saber a dónde ir, sólo guiado por la experiencia de Dios y con una promesa de bendición. Nosotros estamos llamados a caminar, a dejar nuestras falsas seguridades, a dejar aquellas actitudes que no nos ayudan y dejar que Dios, con la escucha de su Palabra nos guíe.
Finalmente estamos llamados a entrar a la plenitud de la historia, tal y como puede verse en el texto del evangelio, donde se narra el relato de la transfiguración. Este relato sirve para explicarnos la identidad de Jesús y el sentido final de su misión que es llevar todo a la gloria, simbolizado por esta transfiguración. El hombre que se pone en camino es aquel que es capaz de renovar su vida, dejar atrás lo que no le ayuda, y caminara hacia la gloria, hacia la presencia de Dios, hacia una transfiguración que le renovara totalmente.
De este modo, podemos ver que la cuaresma no es de prácticas, ni de devociones, es de camino, de ponerse en marcha de dejarse guiar por al Palabra de Dios y re novar totalmente la vida.

1 comentario:

  1. Los Seres Humanos tenemos una responsabilidad como habitantes de este planeta, Dios nos dio poder sobre la naturaleza y la estamos destruyendo en lugar de cuidarla. Nuestro cerebro no lo aprovechamos haciendolo trabajar de acuerdo a nuestras posibilidades y actuar para el cuidado del medio anviente, vastaria con una pequeña acción para contribuir amejorarlo.

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