24/6/09

Somos profetas ¿y hombres de oración?…

Meditación para la misa vespertina de la vigilia de la natividad de san Juan Bautista

Textos:
Jeremías 1,4-10
1 Pedro 1,8-12
San Lucas 1,5-17

El día de nuestro Bautismo cada uno de nosotros fuimos ungidos en la coronilla de la cabeza en señal de que somos sacerdotes, profetas y reyes. De modo que todos somos profetas y sobre esto parece llevarnos la liturgia del día de hoy al celebrar la misa de vísperas de la solemnidad de san Juan Bautista.
Ser profeta consiste en dos misiones fundamentales: Anunciar y denunciar. Profeta es aquel que anuncia el Reino, es quien anuncia el amor, la justicia, la misericordia, la verdad, en otras palabras la vivencia del Evangelio. Y este anuncio debe de ser doble, pues debe anunciarse con las palabras, con los discursos, pero también debe hacerse sobre todo con la vida misma, con el testimonio, encarnado las verdades que con la boca se anuncian.
El profeta no sólo debe de anunciar el Reino, sino que debe denunciar todo aquello que se opone a él y a su proyecto. De ahí que el profeta debe de alzar la voz y denunciar la opresión, la esclavitud, los vicios, la violencia, la injusticia, la corrupción, es decir, todo aquello que no permite la realización del hombre, que le ata y le destruye en su vida social y su dignidad. Ese es la misión del profeta y entonces podríamos decir ¿Cómo poder hacerlo efectivo en nuestra vida? El texto del evangelio parce darnos una respuesta mostrándonos las líneas fundamentales para entender nuestro profetismo.
El texto del evangelio nos marca como Zacarías le toca entrar a ofrecer el incienso y con ello nos muestra que se introduce para iniciar un momento de oración. Él ya era alguien entrado en días, alguien estéril y por tanto, lo único que le queda es orar por todos, ya no piensa en sí mismo, sólo se dedica a hacer oración a favor de los demás y ahí en medio del incienso y de la oración del pueblo, se aparece el arcángel, para dar el anuncio de una nueva era. Nacerá un niño y con ello nacerán nuevas expectativas. Juan Bautista se convierte en el inicio de una nueva época.
Lo importante es que este anuncio de salvación y esperanza no se da casualmente, sino que se da en un contexto de oración. Ora Zacarías y ora el pueblo y ahí se da el don del profetismo que ha de animar al pueblo, en la figura de san Juan Bautista.
Esto nos quiere indicar que la única manera de vivir nuestro profetismo es por medio de la oración. Sólo se puede anunciar el Reino partiendo de la experiencia de Dios. Sin oración lo que anunciamos es hueco, vacío, sin forma, es algo estéril. Cómo hablar de Dios sin no hablamos con él, si no permitimos que entre en nuestra vida y nos transforme. Muchas iniciativas pastorales y discursos muchas veces quedan de manera estéril porque no parte de la oración, parten simplemente del propio esfuerzo, de la soberbia intelectual; pero no brota del sencillo diálogo del hombre con Dios.
Sólo se puede ser profeta auténtico se hace oración. Sólo se puede hablar efectivamente de Dios se parte del encuentro con él. Sólo se puede denunciar si se parte de la oración, viendo todo desde Dios, viéndolo desde el Señor. De lo contrario la denuncia podría ser muy subjetiva, muy pasajera, demasiado ambigua. Podría convertirse en una denuncia a favor de mis intereses personales, pero no a favor del Reino.
Todos somos profetas, y tenemos la misión de ejercitar este carisma desde el día de nuestro bautismo, pero ¿qué tanto permitimos que sea Dios el que hable por medio de nosotros? Cuantos papás tratan de hablar con Dios a sus hijos, pero sin oración, es algo inútil y estéril.
Este es un día, por tanto, para analizar que tan buenos profetas somos, pero sobre todo para ver que tan buenos hombres de oración somos de lo contrario, nuestras doctrinas, nuestras catequesis, nuestros discursos, serán nada más mera palabrería sobre Dios, pero vacíos de Dios, y seríamos sólo profetas del rollo, de la palabra, pero vacíos de Dios y llenos de nuestro ego e improvisación.

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