5/6/09

Trinidad: grandeza y cercanía

Meditación para la solemnidad de la Santisima Trinidad

Textos:
Deuteronomio 4,32-34.39-40
Romanos 8,14-17
San Mateo 28,16-20

Al hablar de Dios, el hombre lo trata de expresar de diferentes formas, porque penetrar el misterio de Dios es sumamente complejo, pues nos topamos con una realidad enorme que supera nuestros esquemas. Podríamos decir que entrar en el ámbito de lo divino trae consigo dos sentimientos encontrados que Rudolf Otto ha expresado diciendo que el misterio de Dios es: Mysterium Tremendum et Fascinans (misterio tremendo y fascinante); pues por un lado, asombra e incluso puede darnos miedo porque rebaza nuestras concepciones, nuestros esquemas; pero por otro en nuestra naturaleza está inscrita la necesidad de buscarlo, de encontrarnos con él, porque hay algo que fascina en el corazón del hombre.
De lo anterior podemos entonces decir que el acercamiento a Dios contiene estas dos dimensiones, que necesariamente tiende a expresar a Dios y a su relación con él de diversas formas. Estas expresiones de Dios son totalmente variadas en cuanto a su cultura, su modo de vivir o de pensar, según su camino por la vida, su experiencia don lo religiosos o las dificultades de la vida. Encontramos posturas totalmente diversas como decir que Dios es lo mejor que hay, que está lleno de bondad, que es vengativo y juez, que es imposible conocerlo si es que llegara a existir, o que es un ser impersonal, una energía más en medio del cosmos, o bien que no existe, e incluso decir que Dios ha muerto.
Ante esta gama tan grande de expresiones tan variadas y opuestas ¿Qué podría decir el cristiano hoy en día acerca de Dios? Sobre esto nos habla la liturgia del día de hoy al celebrar la solemnidad de la Santisima Trinidad.

¿Qué decir sobre este misterio Trinitario? El texto del Evangelio parece presentarnos la clave para acercarnos al misterio de Dios y descubrir quien es él. Cuando Jesús se despide de sus discípulos les deja un encargo misionero: «Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.» Y este mandato implica sumergirse en el misterio de Dios, pues la palabra bautizar quiere decir “sumergirse”, adentrarse, empaparse del misterio de Dios. En segundo lugar al decir “nombre” se refiere a la identidad, al misterio mismo de Dios. De ahí que lo que Jesús está pidiendo es precisamente que el creyente es que se introduzca en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así el creyente es uno que debe meterse en este misterio de amor., en este misterio de Dios. Si hoy celebramos a la Santísima Trinidad implica que es una fiesta para renovar en nuestra vida la necesidad de adentrarse en el misterio de Dios, de sumergirse en él y descubrir qué significa eso par nuestra vida.
Ante este imperativo que se nos presenta podríamos decir “¿Y cómo me sumerjo en ese misterio?” Primeramente debemos aclarar que este misterio trinitario es un misterio de comunidad y de amor, en donde Dios no es alguien solitario es comunidad, es personal y existen tres personas en el único Dios. Y estas personas se mueven en una relación profunda de amor y de donación. En donde el Padre vive para amar al hijo, y el Hijo se deja amar por el Padre, y la relación de amor entre Padre e Hijo es el Espíritu Santo. Por tanto, el creyente debe sumergirse en este misterio de amor.
Para iniciar este camino espiritual en el cual debemos adentrarnos en este misterio de amor el mismo evangelio parece darnos una pista para ello. Es Jesús quien afirma una realidad fundamental: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» Con esto se nos habla de la permanencia de Jesús en medio de su comunidad. Por tanto entrar en el misterio Trinitario quiere decir que es necesario captar la presencia de Jesús, la presencia de aquel que nunca nos deja y está contantemente en nuestra vida. Ello nos invita a reconocerlo en nuestra vida. Descubrirlo ahí donde existe la amistad, el consuelo, la entrega. Reconocerlo en la Eucaristía, en su Palabra. Ser capaces de descubrirlo en cada uno de los acontecimientos de la vida y no renunciar a esta verdad. Jesús que no nos deja, Jesús que está cerca de nuestra vida, que pone medios para descubrirlo. De ahí que entrar en el misterio trinitario implica la capacidad para abrir los ojos de la fe y estar vigilantes para descubrir a Jesús en nuestra vida y ver que no vamos sólo por esta vida, sino que gozamos de la compañía del Señor.
Pero las demás lecturas parecen danos otra pista para adentrarnos en este misterio de amor. San Pablo nos ofrece otro elemento fundamental: «Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!» Somos hijos de Dios, hemos sido adoptados por él. Quiere decir que adentrase al misterio Trinitario no es otra cosa sino sentirnos hijos. Sentirse hijos quiere decir que no vivimos solos que somos importantes para alguien que nos quiere cerca de él. Sentirse hijo implica que alguien nos saca de la pobreza del pecado para iniciar una transformación en nuestra historia, para vencer totalmente de nuestra vida lo que nos daña.
Este sentido de filiación se debe a la acción del Espíritu Santo, pues gracias a él podemos dirigirnos a Dios como Padre. Es el espíritu quien actúa y nos ayuda a vivir esta realidad. De ahí que en nuestra vida existe una fuerza que e el Espíritu quien nos anima a hacer os cada día hijos, a parecernos cada día más al Padre. Quiere decir que introducirse en el misterio Trinitario es dejarse llevar por la dinámica del Espíritu Santo. Esto debe acercarnos al Misterio de Dios en nuestra vida, puesto que es un Dios cercano y exclamemeos junto con el autor del Deuteronomio que de alguna manera se resumiría diciendo: ¿Hubo acaso un Dios tan grande como este?

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