10/5/09

«El otro discípulo se adelantó, corriendo más de prisa…»

Meditación para el Domingo de resurrección

Textos:
Hechos 10,34.37-43
Col 3,1-4
Juan 20,1-9


Hoy la cristiandad amanece con un nuevo aire, amanece con la experiencia más gozosa y extraordinaria, que alienta y anima su vida de fe: El acontecimiento de la resurrección. Y es el evangelio de san Juan quien nos presenta los datos esenciales para acercarnos a este acontecimiento.
En primer lugar nos coloca que Jesús resucitó el primer día de la semana. La semana en la Escritura simboliza la creación, pues según el libro del Génesis Dios ha creado todo en una semana. Con esto se nos invita a reconocer que la resurrección se da en el primer día de la semana, marcando con esto que la resurrección es el primer día de una creación nueva. San Juan nos trata de decir que ahora estamos llamados a vivir de un modo nuevo, ya no se puede vivir ahora desde la antigua creación. Aquella creación estaba marcada por el pecado que conducía a la muerte. Ahora estamos llamados a una nueva creación, donde la muerte no tiene la última palabra, la muerte ha sido vencida. A partir de este acontecimiento no podemos seguir atrapados en la antigua creación, no podemos vivir condenados al pecado y a la muerte. Ahora Cristo resucita y con ello se inicia un nuevo proyecto de salvación.
En segundo lugar el texto nos manifiesta la incomprensión de este acontecimiento, porque la sociedad está acostumbrada a la muerte. Todos creemos que la muerte es definitiva y con ello, que no hay otra respuesta a esta realidad. De este modo la sociedad se sumerge en una “cultura de la muerte”, como lo denominaba el Papa Pablo VI. Pareciera que la muerte y sus diferentes facetas, son las que ahora predominan toda la historia, como la violencia, leyes que favorecen la muerte, los odios, las envidias, la corrupción. Todo esto parece enorme, absoluto. Ya no podemos esperar más. Todo está dicho. Por ello san Juan nos presenta esta idea por medio de María Magdalena, que representa a la comunidad que va en medio de las tinieblas, pues la comunidad, así como la sociedad de nuestros tiempos, vive en tinieblas creyendo que la muerte y sus efectos tienen la última Palabra.
Sin embargo, esta visión no puede quedar ahí. Sería una visión paraca y sin sentido en la historia. San Juan continúa con su texto y da un paso más para comprender esta realidad. Van al sepulcro, Pedro y el discípulo amado. Ambos van animados, llenos de amor por el Maestro, en camino para entender este acontecimiento. Sin embargo, llega primero el discípulo amado, pues la fuerza del amor es superior aquí, él ah estado en la cruz (Jn 19,35), ha sido capaz de comprender la entrega y es esa fuerza de amor lo que le impulsa a seguir adelante.
Con esto se puede comprender que el acontecimiento de la resurrección tiene fuerza y comprensión en la medida en la que se capta y se entiende la experiencia del amor. De modo que, la resurrección es posible entenderla y penetrara cada vez más en este misterio si cada uno de nosotros entiende el amor, la entrega, la donación. Si bien parece que todo está perdido en un mundo donde la muerte se va cerniendo cada vez con mayor intensidad, también es cierto que el que confía en la fuerza del amor es capaz de no quedarse con esa noticia, y elevar la vista y ser capaz de descubrir que por más fuerte, llamativa y amplia que sea la cultura de muerte, es posible vencerla. No todo está acabado. La fuerza del amor hace posible que el discípulo corra, que el discípulo no se de por vencido, que se conforme con la muerte, que crea que todo está perdido. Corre, para descubrir que el sepulcro está vacío, corre para descubrir que la muerte no es definitiva, corre y vislumbra que no todo está acabado. Ver el sepulcro en el fondo es la señal de que la muerte no es definitiva, que hay una salida, que existe un escape.
De este modo estamos invitados a correr en este día, es decir, a salir con ánimo y ver que no todo está acabado, que podemos vencer la corrupción, podemos vencer la envidia, podemos vencer los odios, podemos vencer la muerte. Hoy hemos iniciado una nueva creación, y esta nueva creación exige un movimiento, un movimiento de fe y de esperanza, un movimiento que ponga por obra el amor, un movimiento que se ponga en marcha en la esperanza, un movimiento que nos anime a vivir desde las categorías del amor. Tenemos que parecernos a ese discípulo amado, que corre, que está en movimiento, que busca la resurrección, que busca la vida, que busca la fuerza que es capaz de transformar la historia. Hemos iniciado así este tiempo pascual en donde estamos llamados a descubrir el valor de la vida y de la transformación. Corramos al sepulcro vacío, y descubramos al resucitado que nos anima y nos ayuda a vencer nuestras situaciones de muerte, iniciando esta resurrección, porque hay un acontecimiento que nos ha marcado para siempre, y es un acontecimiento definitivo que nos coloca con una nueva esperanza: La resurrección.
Con esta celebración, podemos descubrir por tanto que la muerte ya no es definitiva, podemos empezar a vencerla en el hoy, para siempre, en un contexto de gloria y alegría: Cristo resucitó ¡Aleluya!

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