10/5/09

¿Fantasma o realidad?

Meditación para el Domingo III de Pascua

Textos:
Hechos 3,13-15.17-19
1 Juan 2,1-5
Lucas 24,35-48

Al encontrarse el mundo con el acontecimiento de la resurrección, se suscitan una serie de controversias, pues por un lado es ilógico ese acontecimiento dado que no se puede demostrar; por otro lado, es un acontecimiento contradictorio dado que el anuncio del triunfo de la vida sobre la muerte parece imposible, pues las estructuras de muerte son las que mandan, las que imperan en este mundo; para otros la resurrección es algo ilusorio, algo irreal y meramente fantasmal. Incluso para el mismo creyente le parece difícil en ciertos momentos creer en esto, porque las situaciones de la vida le desmienten, lo que experimentan cada día pareciera que le reduce su caminar. Si se ve el horror de la guerra, del hambre, de la enfermedad, puede suscitarse e su interior incluso ese desánimo y duda en la vida de fe.
Sin embrago, esto no es definitivo los mismos apóstoles también lo vivieron. Experimentaron el fracaso, la tristeza, la duda; y a pesar de ellos permitieron que ahí en medio de esa situación de dificultad emergiera triunfante su fe, saliera a flote la experiencia de la resurrección y desde ahí transformaran toda su vida, de modo que, lo anunciaran a todos, sin restricción alguna.
Sobre esta realidad os habla el evangelio del día de hoy. Los discípulos se han enterado de que Jesús ha resucitado, se le ha aparecido a Simón Pedro, y a los dos caminantes de Emaús. No pueden seguir igual. Por ello Jesús aparece ante ellos. Pero ellos no lo acaban de creer, no les basta el testimonio de aquellos a quienes se les ha parecido, parece irreal, parece que no lo alcanzan a comprender, al punto que creen que es un fantasma, creen que pudiera ser posible, pero como un fantasma, como una mera aparición ilusoria de la resurrección.
Esta visión fantasmal de la resurrección, en el fondo pudiera ser nuestra, porque cuando una persona se queda sin empleo, pareciera que la esperanza de que Dios le va ayudar, de que Dios está con él, es muy distante, es un fantasma que en realidad es pasajero, ilógico, ilusorio, pues en la realidad no se nota. O cuando en la familia se viven dificultades con los hijos, o con la misma pareja, ¿Quién tiene tiempo para descubrir que ahí está Dios? Pareciera un fantasma que sólo es pasajero pues la problemática ahí está, y no se ve rastro de Dios en la vida. O cuando una adicción azota con fuerza a los jóvenes, ¿Dónde está Dios? Es un fantasma, cuál resurrección, cuál vida, sólo se está sembrando destrucción, no lo vemos no vemos su firmeza potente. Es algo ilusorio que sólo adormece nuestras conciencias, pero no resuelve nada. Incluso hoy en nuestros días, que se habla de esta epidemia de influenza, será que Dios nos deja a nuestra suerte en medio de esta pandemia, al punto que hay que cerrar los templos para evitar el contacto entre nosotros y Dios. Al punto de creer que ya nada se puede. Será que todo es un fantasma, que nuestra fe está condenada a ser fantasmal.
¿Será que en realidad que la fe e algo pasajero, algo ilusorio? El Evangelio nos enseña que no es así. Jesús aparecen en medio de sus discípulos, es decir, en el centro., marcando así que Jesús es el punto central en la vida de la comunidad, que todo gira en torno a él, o como algunos dirían, que es Cristo céntrico. Ahí donde la duda, el tambaleo de la fe, la crisis, se hace presente, hay que descubrir que Cristo es el centro de la vida, que él es quien da sentido a nuestra historia. Y aunque al principio la comunidad lo ve como un fantasma, como algo irreal, algo imposible, debe de adentrarse en su vida de fe y descubrir que eso no es así, que el creyente no es aquel que sólo ve fantasmas, sino que existe algo real, algo que toca, que transforma su vida.
¿Cómo puede adentrarse en ese misterio de fe? El texto nos lo sigue diciendo adelante. Jesús muestra sus manos y sus pies. Con esto manifiesta lo que el creyente debe de hacer para hacer posible la fe y la experiencia de la resurrección. Las manos representan en la Escritura el obrar del hombre, su trabajo, su creatividad, gracias a sus manos el hombre puede elaborar cosas, crear cosas nuevas. Por tanto la resurrección, debe llevar al acto, debe incitar a la fe a actuar. La fe no es una realidad pasiva, en donde el creyente se quede esperando a ver que sucede, sino que debe de actuar, si Cristo muestra las manos es para que entendamos que nuestra fe tiene que poner nuestras manos por obra y preguntarnos, qué hago yo para transformar la vida, la historia. Si bien tengo problemas, que realizo yo para que eso cambie, si existe una dificultad que pongo por obra para que eso se transforme, o sólo me quedo sentado, en medio de mi lamente, de mi incertidumbre y mi apatía. Más aún si Cristo muestra las manos se debe a que yo permita que el obrar de Cristo actúe, que tanto permito yo que Dios actúe, o hasta que punto me doy cuenta de que él está conmigo. A veces a pasar de las situaciones difíciles Dios permanece con nosotros, y da signos de su bondad, pero somos nosotros que permitimos que esas cosas sean tan grandes, tan complejas que nos absorban impidiendo ver la acción de Cristo en nuestra vida, que ciertamente son pequeñas a simple vista, pero que gracias a ellas salimos adelante.
Los pies del resucitado. Los pies en la Biblia son el símbolo de caminar, del trazar camino, de hacer brecha en medio de la historia, sobre todo son el símbolo del éxodo, de romper con la esclavitud e iniciar un nuevo caminar en medio de la historia. La resurrección por tanto provoca un éxodo en nuestra vida, una salida, un romper con nuestro pasado, con nuestra esclavitud. La resurrección es un acontecimiento de liberación, de todo aquello que oprime al hombre. Cuando el hombre cree que ya nada se puede, que está condenado a vivir atrapado, a vivir encerrado, a vivir como si ya nada se pudiese hacer, ha impedido que la resurrección actúe en él. Si bien vivimos atrapados en esclavitudes, en vicios, en destrucciones, también es cierto que podemos caminar, que podemos avanzar, que podemos ser libres en nuestra vida, con la fuerza del resucitado. Podemos decir que no podemos más, que todo está perdido, o bien podemos dejar que nuestra fe nos haga ponernos en marcha en hacer camino, siendo capaces de transformar nuestra historia, descubriendo que podemos salir de esas situaciones con la fuerza de la resurrección. Desde luego que esto no es instantáneo, puesto que ponerse en marcha exige necesariamente esfuerzo, tiempo, para hacer el camino que nos capacite a alcanzar nuestras metas, nuestra liberación. Lo importantes es ponerse en marcha, y permitir que con el paso del tiempo la fuerza del resucitado actúe, que Cristo nos transforme, y cuando menos nos demos cuenta veremos los pasos tan grandes que hemos dado pues hemos cambiado, hemos dejado que la resurrección actúe vivamente en nosotros.
En tercer lugar pide de comer y recibe un pescado. La resurrección por lo tanto es un signo de comunión, del compartir. No es sólo una parición y desaparición, eso sería algo fantasmagórico. La resurrección es encuentro y comunión con los demás. Un fruto de la resurrección es la comunidad. Por tanto, si bien hay problemáticas, crisis, divisiones, lo que el hombre debería de hacer es buscar la vida en comunión, la apertura con los demás. Muchas de la dificultades que vivimos es porque todo lo queremos resolver solos, sin que nadie intervenga, o bien porque queremos hacer que sea nuestra opinión la que impere en todo momento. Y cuando nos rebaten, cuando nos acusan, cuando no queremos dialogar, cuando queremos mandar muy lejos a aquellos que atentan contra nuestras acciones y pensamientos, surgen esas divisiones, esos malos entendidos, esas riñas y resentimientos que nos dañan y lastiman a quien convive con nosotros. La resurrección nos invita a dejar nuestro egoísmo, nuestras propias ópticas y descubrir lo valioso de los demás siendo capaces de escuchar y construir juntos algo nuevo, haciendo visible la comunión. Pero esto sólo se puede lograr en la medida en la que permitamos que el resucitado no sea sólo una idea o una fiesta, sino algo real que interviene en mi vida y me transforma, dejar al fantasma y verlo realmente.
Finalmente nos dice que les abre el entendimiento para que entiendan las Escrituras. Si el creyente tiene fe debe alimentarla, y la única raíz de donde puede realmente surgir la experiencia de fe son la Escrituras, pues a través de ellas Dios nos habla, Dios trata de hacernos entender quién es Él, quién es el hombre mismo y cuál es su misión. Esa es la base para seguir adelante. Sin la Biblia el hombre no tendría un rumbo fijo para orientar su vida, pues la misma resurrección es la plenitud de las Escrituras, entenderlas implica entender la plenitud de la Escritura, captar su mensaje central lleno de gozo, de vida y de esperanza. Para algunos la Escritura es un libro más, si embargo no es un libro más, es El Libro, el eje central de todo creyente. A lo mejor muchos de nosotros seguimos creyendo que la resurrección es un fantasma, porque no hemos entendido el mensaje bíblico, porque no nos hemos dado la oportunidad de descubrir el mensaje de amor y liberación que contiene, porque tal vez no nos hemos percatado de la fuerza de la Palaba que al portarla, al llevarla con nosotros nos transforma y nos anima a seguir adelante, pero sobre todo porque no hemos sido capaces de ver que la fuerza de la Palabra y todo el sentido de la Escritura es posible vivirlo gracias a la fuerza renovadora de la resurrección.
Ante esto que nos presenta extraordinariamente el evangelio podemos tener dos actitudes. O ver a Jesús resucitado como un fantasma que sólo es apariencia, que es un efecto más de la ciencia ficción; o somos capaces de descubrirlo como aquel que puede transformarnos y animarnos en la historia. O nos quedamos en el sin sentido de la vida, diciendo que ya nada es posible, que el hombre no puede cambiar, que la muerte, el egoísmo, la agresión tiene la última palabra, o nos abrimos a la acción de Dios y descubrimos que a pesar de lo difícil que se pueda presentar alguna situación, podemos ver ahí a Dios, vivo, real, presente, capaz de darnos sus manos para transformar nuestra vida, capaz de animarnos para emprender un camino, siendo posible el iniciar una comunidad renunciando al egoísmo e individualismo, teniendo como base la Escritura que nos transforma y nos anima para salir adelante. La fe no es de fantasmas, la fe es de cosas concretas y reales que actúan en nosotros cuando nos abrimos a Dios y sobre todo a le resurrección que es la base y el sentido de toda la Escritura. Así como los problemas que vivimos no son fantasmas, porque son concretos y reales; la resurrección y nuestra fe tampoco es fantasmagórica, sino real pues somos capaces de emprender un cambio para transformar nuestra vida, cambiando las estructuras e iniciando algo nuevo, que es real y alternativa ante la situación del mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario