20/4/11

«Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso… endurecí mi rostro…»

Meditación con motivo del Miércoles Santo

Textos:
Isaías 50,4-9
San Mateo 26,14-25

El día de hoy la liturgia nos presenta en la primera lectura el tercer canto del siervo doliente, un cantico que presupone las ideas que se han manifestado en los dos anteriores y por ello se ven las consecuencias del actuar del siervo en medio de la historia. Ya en el primer canto se marca que el siervo es elegido por Dios y le da su misión, en el segundo es el siervo quien anuncia su misión y se da cuenta que finalmente todo está en las manos de Dios, pero ahora en este tercer canto descubrimos una característica más, y es que, cuando se cierra el hombre al plan de Dios el enviado recibe un escarmiento, recibe el total rechazo. Ante esto podríamos preguntarnos, por qué acepta este siervo el rechazo. Pero analicemos la personalidad del siervo y comprendamos que nos quiere decir este cantico.
En este cántico descubrimos en primer lugar que este siervo cumple con su misión, no es alguien que cuando le va mal inmediatamente renuncia, sino que sigue con la misión, el sabe que todo está en las manos de Dios, y por ello no se da por vencido: «El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.» Es Dios quien abre el oído, es Dios quien le habla y le abre el oído y con ello le hace capaz de escuchar, pues finalmente el discipulado surge de la capacidad de escucha, sólo se puede ser discípulo auténtico en la medida que se escucha a Dios, pues lo que se anuncia es la Palabra de Dios. Si no se escucha a Dios, si no se abre el oído, se pueden anunciar cantidad d cosas, pero nos e estaría anunciando a Dios. Y es Dios que le abre el oído, para que no se distraiga y descubra lo que debe de hacer, lo que debe anunciar.
Esto nos lleva a contemplar que el ser discípulo surge de la escucha, y no es posible ser testigo de Dios si no se le escucha. Hoy más que nunca Dios quiere abrirnos los oídos para que lo escuchemos, para que realmente anunciemos su mensaje renovador, para que escuchemos lo que quiere decirnos. Es momento de dejar de escucharnos a nosotros mismos, y dejar que sea Dios quien nos hable, sea su voz la que nos guíe y sobre todo sea su voz la que nos anime a seguir adelante, para que sea su voz lo que vayamos proclamando en el mundo. Porque podemos anunciar muchas cosas, que se nos han dicho, que se han formado como regla establecida, pero que tal vez no tenga nada que ver con el mensaje de Dios, con su palabra consoladora y transformadora.
Dios es quien le abre el oído, pues el siervo puede oír muchas cosas, muchas situaciones, pero Dios lo abre porque quiere transformar a este hombre y con ello quiere que anuncie su palabra y transforme el mundo. Seguramente hoy Dios busca la manera de abrirnos los oídos, para que seamos auténticamente discípulos de él, pero muchas veces escuchamos tantas cosas, escuchamos nuestros beneficios, nuestro placer, neutro interés, pero no dejamos que Dios lo abra y sea su Palabra la que resuene en nuestro interior. Incluso si Judas y los demás discípulos traicionan a Jesús, como lo marca el evangelio el día de hoy, es precisamente porque dejaron de escuchar a Jesús y escucharon sus propios intereses de poder, su propia imagen de Mesías y eso los empujo a traicionarlo.
Por tanto, este siervo seguramente se topa con dificultades, descubre que el hombre no tiene un corazón abierto para Dios, pero sabe que la Palabra que se le dirige es una Palabra que debe ser anunciada, es una Palabra que lo ha transformado a él, y seguramente transformará a los demás si la acogen, por ello la anuncia. Esta palabra es el sentido de su vida y no se concibe sin ella, nos e concibe sin darla a conocer y la sigue anunciado aunque se tope con la total cerrazón, con el ultraje de los hombres, pues a pesar de todo confía que alguno la acogerá: «Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.» El siervo se da totalmente confiando que su Palabra no quedará en el vacío.
Y ahora en medio de esta situación, que no se limita simplemente a la indiferencia de este mensaje, sino al total rechazo y ataque al siervo, podemos que esa Palabra lo es todo para él que no se retira, no teme y hace un acto extraordinario de fe: «Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.» Con esto se demuestra el poder de esta Palabra que sabiendo que lo es todo y por ello “ha endurecido su rostro.”
Endurece el rostro para que falque ante los ultrajes, para que no se deje amedrentar, para que siga firme en medio de su misión. Pues el dolor, la incertidumbre, el rechazo, el señalamiento, pueden ser signos de desaliento, de frustración y por ello dejar de lado la misión. El endurece su rostro no deja que nada le frustre, confía en Dios y por ello sigue caminando, sigue con su misión en pie, ha tomado la decisión y sigue adelante sabiendo que Dios está con él.
Hoy el creyente está llamado endurecer el rostro, endurecerlo ante la vida superficial que se presenta, ante la falta de valores, ante la fala de libertad, endurecer el rostros ante la propaganda del libertinaje, de la falta de responsabilidad. Endurecer el rostro ante un mundo plagado de corrupciones, robos, engaños. Endurecer el rostro en donde la fidelidad se ve fuertemente atacada poniéndolo como algo sin valor. Es necesario endurecer el rostro y no dejar que la mentalidad imperante nos gane, y no dejar que la mentira entre en nuestra vida. Endurecer el rostro e impedir que se corrompa nuestra vida, que nuestros criterios y valores se sostengan. Cierto que no es fácil seguir caminado cuando todo va a contracorriente, cuando nos escupen con cantidad de criterios superficiales, cuando nos jalan par que aceptemos nuevas circunstancias que nos hacen irresponsables, es complicado, pero hay que endurecer el rostro, y eso se logra sólo cuando ponemos nuestra confianza en Dios.
Si lo vemos bien la misión de este siervo se cumple en Jesús, que siempre escuchó la Palabra de Dios y lo obedeció hasta morir en la cruz, y no dejo que las ideologías de los judíos, de los fariseos, e incluso de los mismos discípulos lo convencieran de hacer otras cosas, sino que endureció el rostro y camino siempre en el camino que su Padre le proponía. Más aún lo endureció en su pasión pues no dejo que esos momentos le hicieran temer y claudicara en su misión. Pero esta es también nuestra misión, caminar siempre adelante, sin desfallecer, siendo fieles a la Palabra de Dios. Celebrar la semana santa es recordar nuestro compromiso, viendo la cruz y la resurrección de Jesús somos invitados a descubrir que hay una misión por delante, y que fortalecidos con la gracia del misterio pascual podemos seguir con la misión, que no es otra sino anunciar su Palabra y hacerla visible en medio del mundo a fon de renovar la historia.

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