5/12/10

Modos de esperar

Meditación con motivo del II Domingo de Adviento
Ciclo /A/

Textos:
Isaías 11,1-10
Romanos 15,4-9
San Mateo 3,1-12


En la vida hay diversos modos para esperar. Podemos esperar de pie, sentados, acostados, en fin podemos esperar con cantidad de posiciones. Pero lo importante es la actitud que tomamos al esperar, y bien do que esperamos. Si esperamos un objeto, un regalo, lo haceos con alegría, con inocencia porque sabemos que pronto llegará. Si esperamos un día es algo genial porque en ese día es tan especial que lo anhelo, por lo que celebró, por lo que significa, en fin. Podemos esperar a una persona, alguno esperan aburridos, porque ya se tardaron mucho a quienes esperan, otros esperan con emoción, porque quien va a llegar es alguien especial, o que tienen mucho tiempo sin ver, podemos esperar n disgusto porque la otra persona ya se tardo, o bien con y preocupación, porque no tenemos noticias del otro. Incluso podemos esperar con sentimientos encontrados porque no sabemos qué sucederá al ver a cierta persona que hemos dejado, y que actualmente no terminamos en buenos términos.
Pero también podemos esperar a alguien con dobles intenciones, pues podemos esperar a alguien que a lo mejor no nos cae bien, no nos simpatiza pero que nos puede dar algún privilegio en la vida. O esperamos a alguien con cierta incertidumbre porque no sabemos realmente que sucederá después de su visita, si nos favorecerá o nos afectará.
Esperamos, con cantidad de situaciones en nuestro corazón.
Esto lo expongo porque el tiempo del adviento es precisamente un tiempo de espera y habría de meditar con qué actitud vamos esperando al Señor en nuestras vidas. A lo mejor esperamos la navidad pero sólo lo hacemos porque esperamos la comida, los regalos, las bebidas, pero no realmente porque sea un tiempo de renovación en mi vida. O bien espero la navidad, sólo para con quién me voy a encontrar, o a quién no voy a invitar, o a quién voy a hacer sentir mal, o quien voy a criticar, pero no espero precisamente porque sea algo importante para mí y porque Dios toque mi corazón.
Muchos podemos esperar algo de Dios, podemos orar, podemos ir a alguna peregrinación, estar en jornadas de oración, adoración nocturna, pero a lo mejor sólo lo hacemos por rutina, o porque esperamos que Dios nos favorezca con algún premio, o bien porque queremos algo especial en nuestra vida, en donde Dios nos favorece, pero no porque busquemos un encuentro profundo y personal con el Señor.
El día de hoy en el evangelio se nos coloca tres modos de esperar y que se convierten en paradigma para el modelo de espera en este adviento.
El primero de ellos es Juan el Bautista el cual predica la conversión: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca.» Un mensaje en el cuál pide el arrepentimiento en la vida, un cambio total en nuestra historia para entrar a formar parte del reino. Por tanto, Juan espera al Señor anunciando que está cercano a nuestras vidas y pidiendo una conversión, pero este no es sólo un discurso de bellas palabras, sino que va unido a los actos, él se ha retirado al desierto para tener un determinado modo de vida y con ello hacer visible su anuncio. De esta manera encontramos que para vivir realmente una espera del Señor debemos anunciar un cambio, comenzando con nosotros mismos.
Esperar a Jesús quiere decir que debemos realizar un cambio nosotros mismos, anunciarlo con nuestra vida. Esperarlo significa ser capaz de vivir de un modo distinto. Si lo pensamos bien cuando viene alguien importante con nosotros comenzamos a arreglar las cosas, comenzamos a limpiar todo, a portarnos bien. Ese es un signo de que alguien importante va a venir. Nosotros debemos de hacer ese cambio, y por lo tanto cambiar totalmente en la vida. Pues El Señor viene siempre, y por lo tanto tenemos que estar ¡listos siempre. El cambio de vida de Juan Bautista fue permanente, no sólo fue de unos cuantos días, sino que siempre se mantuvo en ese Espíritu de vigilancia, y eso fue precisamente lo que hizo creíble su predicación. Esperar al Señor es anunciar constantemente a Jesús que viene con nuestra vida.
En segundo lugar encontramos al pueblo que espera: «La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.» Encontramos a los que esperan la venida del Señor con un corazón arrepentido, y listos para el cambio. Esta gente sale de la ciudad y va al desierto para encontrase con Juan y comenzar la conversión, el arrepentirse de sus pecados. Ellos esperan al Señor con una propuesta de cambio de vida. A lo mejor podemos hoy esperar a Jesús haciendo un cambio de vida, un propósito, salir de nuestra ciudad del rencor y entra al desierto del perdón; salir de nuestra ciudad de la enviada y entrar al desierto del compartir; Salir de nuestra ciudad de ambición y entrar en el desierto de la generosidad; salir de la ciudad de la injusticia y entrar en el desierto de la vida justa; salir del desierto de la mentira y el chisme y entrar en l desierto de la sinceridad y la verdad. En otras palabras, salir de la ciudad del pecado y entrar en el Desierto de la gracia, del encuentro con Dios y recibir ese bautizo de agua, es inicio de una vida nueva arrepintiéndonos y cambiando totalmente algún aspecto de nuestra vida.
Finalmente encontramos un tercer grupo, que a diferencia de los dos anteriores, es completamente adverso a una autentica espera: «Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión.» Aparece el grupo de Saduceos y Fariseos, las dos alas del movimiento religioso de aquel tiempo. Aparecen ahí, donde un hombre habla de Dios y de salvación, para que ellos que representan y ostentan el poder religioso entren en contacto con él. Pero ¿Realmente a qué iban? No iban porque quisieran cambiar, sino porque esperaban seguramente un trato especial al ser ellos del ámbito religioso, o bien para dar una apariencia delante del pueblo y vieran que ellos también están ahí, en todo momento religioso ellos se encuentran, incluso en éste.
Pero ellos no esperan a Jesús, esperan el aplauso y el reconocimiento tanto de Juan como del pueblo, están ahí porque esperan una ganancia en sus vidas, esperan algo que los aliente y les de poder, pero realmente no esperan al Señor; podríamos decir que ellos prostituyen el valor de la esperanza pues sólo hacen presencia para esperar algo meramente mundano, pero no algo que realmente los transforme y los haga encontrase con Dios.
Cuántas veces, sólo nos acercamos a Dios como estos fariseos y saduceos, sólo para esperar algo a cambio, pero no porque realmente lo busquemos a {el, busquemos una transformación en su vida, sino porque queremos sacar algún provecho. Cuántas tiendas comerciales sacan provecho de la Navidad para vender productos, sólo esperan sus ganancias; cuántos esperan sólo estos días para que se les de algo, sin dar nada a cambio. Nos acercamos para ver que ganamos.
Pero Juan Bautista los conoce y les dice que si no dan fruto, de nada sirve que se preparen a la ira de Dios, es decir, que su vida, su comportamiento, no ganan nada delante de Dios y por lo tanto, están condenados a desaparecer, pues no tienen nada que presentar delante de Dios, sino sólo su avaricia, su injusticia y sobre todo su ambición de poder religioso. Son una “Raza de víboras”, pues cambian de piel, cambian según la circunstancia, cambian según la conveniencia, pero no dan frutos auténticos en su vida.
El Adviento está con nosotros, y de nosotros depende que actitud tomamos delante del Señor, si como Juan que con un cambio profundo vamos anunciando la conversión y la cercanía de Dios; o como el pueblo que inicia un cambio de algún aspecto en su vida, pero así va permitiendo que el Señor vaya entrando y vaya transformando su historia; o bien como estos Fariseos y Saduceos que sólo esperan por conveniencia, pero realmente no esperan con ánimo, no con un autentico sentido religioso en la vida, sino con una visión material y vacía en medio de su historia.

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